Jóvenes marginados y sin oportunidades nutren "maras" en Centroamérica
Guatemala. En el fondo de un barranco de la Ciudad de Guatemala yacía el cuerpo de Mynor, un adolescente que desafió a una mara que no pudo reclutarlo, pero que le arrebató la vida y sus sueños de estudiar y jugar en un equipo de futbol profesional.
El padre, todavía sumido en el dolor y la impotencia casi tres años después del suceso, afirma que la policía no investiga o no pone interés en los casos de muertes violentas de los que cree “mareros” o pandilleros.
En el caso de Mynor, que apenas contaba con 14 años cuando perdió la vida, el estigma venció: vestido de negro, pantalones pegados, corte de pelo en corte mohicano y un tatuaje en el brazo derecho.
El padre aseguró, sin embargo, que nunca fue “marero”, que vestía como muchos jóvenes en un barrio popular urbano, y recuerda que aceptó el regaño familiar cuando a escondidas acudió a grabarse el tatuaje.
La policía de inmediato descalificó al joven por su apariencia. “Lo primero que me preguntaron, cuando me llamaron para identificar el cadáver, fue si yo conocía a que mara pertenecía”, recordó el progenitor.
El prejuicio generado por la supuesta condición de pandillero habría dificultado también la investigación del caso. Hasta la fecha no se ha resuelto. “La policía no dice nada, creo que ni siquiera investigan, los condenan por creer que son de una mara”, añadió el denunciante.
El cuerpo del adolescente, que presentaba impactos de bala en la cabeza y el tórax, fue localizado por las autoridades en el fondo de un barranco tres días después de que fue reportado como desaparecido.
El padre de la víctima afirmó que su hijo era acosado por miembros de una peligrosa pandilla del sector, zona seis de la capital, y cree que fue sacrificado por negarse a participar en la mara.
Recordó que la familia “sabía que lo buscaban, lo amenazaban y una vez lo golpearon. Todo se denunció a la policía y al Ministerio Público, pero de nada sirvió. Mynor fue secuestrado. Lo torturaron y lo acribillaron”.
Selvín, un empleado de limpieza de la Municipalidad de Guatemala, dice que su hijo era estudiante y soñaba con terminar una carrera, trabajar y jugar futbol en primera división.
El menor fue una más de las víctimas de la violencia y la pobreza que acechan a los jóvenes guatemaltecos, sin oportunidades y escaso acceso a la educación, al empleo, a la salud y olvidados de las políticas públicas, coinciden analistas.
“Se estima que en Guatemala hay un millón de jóvenes de entre 15 y 24 años que no estudian ni trabajan. Entonces hay un caldo de cultivo muy grande para las maras”, señaló en entrevista con Notimex el investigador Walter Menchú.
Apuntó que se calcula en unas 100 mil personas el número de integrantes de maras en los países del llamado Triángulo Norte Centroamericano y que el fenómeno estaría más desarrollado y con el mayor número de miembros en El Salvador.