Mujeres indígenas luchan por su futuro
Zitácuaro.- No todo es color de rosa y muestra de ello, es la vida de algunas mujeres indígenas michoacanas que sin temor dicen que tienen que ver por el futuro, y no sólo el de ellas, sino el de sus familias, pues en muchas ocasiones el agua escasea.
"Estábamos desesperadas y teníamos que hacer algo, por lo que cuando conocimos el programa de Alternare, que podía enseñarnos a capturar agua de lluvia, a tener hornos que gastaban menos leña y baños que no necesitaban agua, decidimos entrarle y nos integramos en un grupo de ocho mujeres que nos pusimos a chambear.
"Aprendimos a hacer mezcla, a cargar ladrillos, a mover la cuchara, pero no la de las ollas, sino la de albañil. y, mire, aquí estamos con nuestros baños secos, con nuestras estufas ahorradoras y con sistemas de captación de agua y cisternas, además de nuestros huertos y pudimos conservar un “cachito” de monte, para nuestra leña", señalaron.
¿Y sus maridos, las apoyaron…?
Después de una sonora carcajada, una de ellas contesta “¡Son unos conchudos… nunca hacen nada…!, lo que provoca también risas estruendosas entre las demás, mientras siguen torteando tortillas de maíz de una masa a la que han mezclado harina de trigo, para compartir una cazuela de arroz y otra de ayocotes y chile manzano en rajas con los integrantes de Alternare, de Foto Planeta y con Notimex, agencia que fue invitada a conocer los trabajos comunitarios de la organización social.
La reunión es en la cocina levantada con tablas de madera de la casa de Verónica Cenobio, donde se organizó con Caritina Contreras, Hortensia Mondragón y Claudia Contreras. Una hizo el arroz, otra los ayocotes; una más, frijoles bayos, y otra se encargó del agua de acelgas, además de cortar los chiles pimientos rojos y hacer un poco de guacamole.
Es un espacio de cinco por cinco metros, en cuyo centro se encuentra el fogón. Claudia se encarga de sortear, mientras Verónica y Hortensia dan vuelta a las tortillas para luego acomodarlas en un chiquihuite. Una vez que hubo bastantes tortillas, invitan a los asistentes a hacerse un taco.
Mientras “vuelan” las tortillas convertidas en tacos de arroz con frijoles y vile, narran cómo comenzaron a trabajar con Alternare, una organización social iniciada hace 22 años por Guadalupe del Río, Ana María Muñiz, Gabriel Sánchez y Elia Hernández, para desarrollar capacidades y rescatar el conocimiento local.
Los capacitadores de Alternare son quienes visitan a las comunidades, como ésta, de origen indígena llamada Toma de Agua, en Nicolás Romero, dentro de la zona de amortiguamiento del área natural protegida de la mariposa monarca de Sierra del Chicuàn, en Zitácuaro.
Los capacitadores enseñan a grupos de entre ocho y doce personas, en su mayoría mujeres, a cómo desarrollar proyectos productivos, de seguridad alimentaria, de vivienda digna, y de conservación de bosques y agua.
Verónica Cenobio integró un primer grupo, pero al ver la cantidad de trabajo y el esfuerzo que tenían que hacer, gran parte de sus integrantes desertó. Lejos de amilanarse, Verónica se dio a la tarea de armar un grupo más, que ahora sí funcionó.
Ya las mujeres integrantes de este grupo ven los beneficios del trabajo, pues tienen fogones ahorradores, baños secos, huertos comunitarios, captan agua de lluvia que almacenan en cisternas y, como dicen ellas, “hasta un cachito de monte, que nos da la leña para nuestros hornos”.
Cuentan que resienten los efectos del cambio climático, pero que también han conocido algunas técnicas para enfrentarlos, sobre todo en lo que se refiere a las heladas y al excesivo calor, así como a las plagas que amenazan sus cultivos.
“Antes nos quedábamos hasta sin comer por no tener para comprar comida, pero hoy tenemos acelgas, cilantro, betabeles, rábanos, zanahorias, brócoli, plantas medicinales, aquí, en nuestras casas… Y a veces hasta nos alcanza para vender”, señalan.
Y aún más, pelean por conservar sus propios árboles, como los capulines y los duraznos, a pesar de las invitaciones que les hacen para derribarlos y sembrar en su lugar aguacates. “Son nuestros árboles, con ellos crecimos y junto a ellos crecen nuestros hijos”, dice Hortensia mientras grita a los niños que no se coman los capulines, porque están verdes y les van a hacer daño, por lo que mejor optan por jugar con ellos como si fueran canicas.
Una vez que ven que ya todos han comido, las cuatro mujeres se sientan a comer también un taco, mientras siguen contando sus experiencias y mostrando el orgullo de que ellas han podido hacerlo todo. “Y vamos a seguir, porque esto no se acaba aquí… hay que enseñar a otras”, refiere Verónica.