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Redacción

Cuento Infantil: “El patito feo” llega a América

AUTORA: Guisella Toro

Derechos reservados

Twitter: @guiselatoro


Tuxtla.- Cierta mañana en un territorio lejano de Australia, un biólogo preparaba su viaje a América Central: El departamento de Historia natural de su país lo había designado para ir a entregar algunas especies en peligro de extinción. Durante su preparación acudió a recoger algunas muestras de algas en los lagos, en su prisa por avanzar no se da cuenta que en las plantas que había metido en la cámara especial, se llevaba un huevecillo de color verde pálido. El destino final era México, llegaría a las montañas de la Selva Lacandona en el estado de Chiapas. En esa región habían instalado un centro de investigación y vigilancia, para desarrollar y rescatar especies en peligro de extinción. En su primer día lo llevaron a conocer un lago donde depositarían las plantas de algas que esperaban se pudieran reproducir en ese territorio. El Biólogo entrego la cámara especial que llevaba las plantas, los jardineros harían el trabajo de campo ya que habían sido ellos los que seleccionaron el área donde serian plantadas estas nuevas especies. Abrieron la cámara con sumo cuidado, observaron que las plantas habían sobrevivido al viaje. En esa zona habitaban algunos patos blancos que alegraban los lagos color azul turquesa. Al plantarlas en las áreas destinadas, el jardinero no vio que entre ellas estaba escondido el huevecillo color verde, por ser del mismo color que las plantas. El día terminó sin que nadie se percatara de ese pequeño objeto verde sobre las plantas que había quedado semienterrado en la nueva zona de investigación.



Los patos, sin embargo, regresaban a la zona después de hacer su ronda de comida, observaron que había nuevas plantas. Era la época de reproducción de las patas, así que algunas de ellas se colocaron a las orillas donde darían a luz sus huevecillos. Una de ellas de nombre Patalicia, seria primeriza, a pesar de saber que debía no acercarse a las plantas nuevas, le gusto el nuevo lugar y sin pensarlo dos veces voló hasta esa zona. Se acomodo en la tierra fresca que estaba a lado de las plantas y se dispuso a esperar la hora de su alumbramiento. A las pocas horas comenzó a parir cada uno de sus huevecillos, no supo cuántos había puesto, solo supo que el agotamiento la dejo dormida, no sin antes ver que cada uno estuviera debajo de ella, para recibir el calor necesario. Al otro día despertó con mucho apetito, se percato que sus huevecillos estaban ahí, se movió y contó cada uno, eran en total cuatro, sin embargo, uno de ellos era de un color diferente. Con el pico lo movió y escudriño para saber si estaba roto o algo tenia, no, era exactamente como los demás solo que dé un color verde pálido.


Patalicia era la menor de las cinco hermanas que conformaban esa familia de patos chiapanecos. No sabia si decirles a sus hermanas lo acontecido, tenia miedo que la señalaran por haber parido un huevo deforme o de color diferente, decidió no contárselo a nadie. Pasaron los días, las demás madres patas se acercaban a saludarla, para conocer a sus huevecillos y ella gustosa les mostraba por encima a sus pequeños huevecillos, escondiendo al huevo diferente. Llego la hora que comenzarían a abrir todos, ya daban señales de movimiento, por lo que debía estar atenta a poder ayudarles si alguno se le dificultaba romper el cascarón. Uno a uno fue abriéndose a la vida, y la madre orgullosa los recibía para lamerlos y con sus alas darles un abrazo de calor que necesitaban para acostumbrarse a la nueva temperatura del medio ambiente. El Cascarón verde, se comenzó a mover y sin mas ni más, vigorosamente quebró el cascaron de un solo golpe, no le había costado nada romperlo, el pequeño patito salió contento y gustoso de recibir el beso de su madre, se acurrucó debajo de las alas de Patalicia. Lo observo detenidamente sin ver nada diferente a los demás, era del mismo color que sus demás patitos. Se sintió feliz de eso, ya no escondería más su nacimiento. Sin embargo, el pico era de un color grisáceo mas fuerte que el de los demás, pero eso no seria problema, puesto que muchos tenían el pico de diferente color. Llegaron las hermanas a conocer los patitos de Patalicia:

–Hermanita, hemos venido a verte, queremos conocer a tus patitos. ¿Cómo te sientes? –Dijo efusivamente la hermana mayor de nombre Patacha.

–Bien, hermanita, aquí están todos. Vengan hijitos míos a conocer a sus tías: Este es Patorito –Flacucho y con poco pelo apenas con fuerza para caminar desfilo frente a sus tías– Este es Patoscarin–un patito con mucho pelo y ojos pizpiretos camino frente a sus tías para que fuera abrazado por ellas– Esta es Patamía -Una patita delgaducha con el pelo encrespado con ojos muy grandes camino también frente a sus tías– Y finalmente este es Patonacho –el patito salió debajo de las alas de su madre y caminó hacia el frente con un caminar sumamente diferente, con una elegancia poco común en ellos–. Las patitas lo observaron detenidamente, su pico y sus patitas eran más oscuros que el de los demás. No dijeron nada, ya que su hermana era madre por primera vez y también criaría a sus pequeños sola. El padre de los pequeños patitos había partido en busca de alimentos y nunca más regreso. Así que Patalicia quedó sin apoyo de un padre para sus patitos. Las tías lo abrazaron e inmediatamente también abrazaron a su hermana.

–Cuenta con nosotras para lo que necesites, siempre estaremos para ti hermanita. Nunca te sentirás sola, nos tienes a nosotras. Ustedes patitos míos escuchen bien: aquí están sus tías por si algo se les ofrece.

Los días pasaron y los patitos cada día se volvían más fuertes. Patalicia les había enseñado a nadar y a sostenerse sobre el agua. Uno de esos días en que salieron a jugar temprano, Patalicia se había quedado dormida más tiempo de lo normal, debido a que la noche anterior estuvo en vela por los ruidos originados cerca de ellos. Ella creyó que algún tigre o jaguar se encontraba cerca, por lo que no durmió para vigilar que sus patitos estuvieran a salvo. Esa mañana los cuatro hermanitos se fueron al lago. Patorito observó que su hermano Patonacho tenía el pelo color beige, que su color estaba cambiando. Los demás no se percataron de tal cambio, jugaron y jugaron. En el lago estaban otros patitos de la misma edad que ellos, se acercaron para querer integrarse.

–¿Hola, podemos jugar con ustedes? –Pregunto Patorito a los demás–

–Claro que sí, vamos a jugar a las escondidas. ¿Quieren jugar? –Dijo el pequeño patito de nombre Patoringo.

–Si, me encanta jugar a esconderme –Contestó Patonacho inmediatamente–.

En ese momento los demás lo miran y se percatan del color de pelo que tenía Patonacho, su pelo era de un color más beige que el blanco de ellos.

–¿Oye, porque tu pelo es de color beige? –preguntó Patoringo a Patonacho.

–Ah de ser porque no se ha bañado bien –contesto inmediatamente Patorito a los demás. Él sabia que no era cierto, pero con eso ayudaría a su hermanito a que los demás no lo vieran diferente. Y así fue, los demás patitos se conformaron con esa respuesta. Jugaron por un largo rato, hasta que la madre dé cada camada de patitos los llamó para comer. Se alejaron buscando cada uno a sus mamás. Patorito iba preocupado por su hermanito Patonacho. Al llegar con su madre y sin que sus demás hermanitos se dieran cuenta, le dice a Patalicia.

–Mamita, mi hermanito Patonacho no sé si sea mi imaginación, pero tiene un color diferente a nosotros, me he dado cuenta que muy pegado a su pico le han salido pelos de color oscuro. ¿Eso es normal?

–No hijito, no es normal, lo voy a revisar y por favor no se lo digas a nadie.

Al siguiente día, Patonacho despertó con el pelo más oscuro. Patalicia no sabia que hacer al verlo. Su pelo color beige había cambiado a color negro en la parte de sus alitas, pico y cabeza. Sus hermanitos también espantados se habían alejado de el, creyendo que tenia alguna enfermedad en el pelo. Patalicia se alarmó más, lo jalo con sumo cuidado y comenzó a revisarlo detalladamente, le pasaba la lengua cómo queriendo quitarle el color a las alas y su cabeza, pero nada funcionaba. Se lo llevó al lago y lo zambullo todo completamente, pidiéndole que se quedara más tiempo dentro del agua. Pasó una hora y el color negro de sus alas ahí seguía, decidió darse por vencida. Lo saco del agua y juntos caminaron hacia donde habitaban sus hermanas, ellas con mas años de vida, seguramente le ayudarían a resolver esta rara enfermedad.

–Te duele algo patito mío? –preguntaba Patalicia a su pequeño–

–No mamita, me siento muy bien, no me duele nada –lo tocaba para ver si no tenia temperatura, pero el animalito estaba bien, la pobre madre no sabia que hacer. Sabia que esa característica no era normal. En su caminar se encontraron a algunas patas y volteaban a ver a Patonacho, eso no se podía esconder. Llegaron a la zona de su familia y con suma preocupación se acercó a ellas preguntando:

–Hermanitas vengo muy preocupada, mi corazón ya no puede más. Hoy por la mañana Patonacho amaneció con las alas, la cabeza y las patitas más negras. ¿Que me aconsejan hacer, tendrá alguna enfermedad en la piel?

–¡Recorcholis! No puedo creer que se haya agravado esto de Patonacho. Vamos a ver a nuestro líder Patopipo, el sabrá que esta pasando con él hermanita, no te desesperes. –contestó la hermana mayor Patacha–.

Fue así que llevaron a Patonacio, a la zona donde vivía el pato líder. Lo observo detenidamente sin saber que le ocurría al pobre animalito. Lo reviso completito, sin ver nada fuera de lo normal en ellos. Les pidió que esperaran una semana mas y que luego se lo llevaran de nuevo. Regresaron todas desilusionadas. El patito se sentía raro, todos en ese lugar lo quedaban viendo feo. Comenzó a sentirse triste, decidió quedarse en su casa y no salir a jugar con sus hermanitos. Patalicia les pidió a los demás que no le dijeran nada a Patonacho sobre el color de sus alas. Transcurrieron cuatro días más en los que el patito se iba poniendo más negro. Su aburrimiento hizo que una tarde saliera con sus hermanitos a jugar al lago, como ninguno de ellos le decía nada sobre su apariencia, el patito iba caminando feliz para nadar en el lago azul turquesa de la selva lacandona. Sus hermanitos iban a la par de él, pero a lo largo del camino, muchos se alejaban con miedo de ese grupo de patitos. Uno de los patos que ya se encontraban nadando dentro del lago al verlo llegar, no se aguantó en gritarle:

–Patonacho no entres al agua, la vas a volver negra como tus alas. Vete de este lugar, nos das miedo. Eres un Pato muy feo –grito tan fuerte que los demás patitos que estaban ahí, nadaron fuera del agua por temor a que cuando entrara Patonacho, ésta se volviera negra y ellos también–

El patito se quedó congelado, sin embargo, se paro con gallardía y elegancia, inclinó su cabeza sobre el agua para ver reflejado su rostro y parte de su cuerpecito negro. Pensó por unos segundos y se le vino a la cabeza que si se bañaba probablemente se le quitaría. Entró al agua sin temor, nado y nado con tanta energía, se zambullía completo una y otra vez sin tener éxito. Así pasaron las horas y nadie lo podía sacar. Sus hermanitos le gritaban que ya saliera y no obedecía. Su madre al saber eso llegó al lugar y nado hasta dónde estaba. El Patito lloraba de desilusión e impotencia, de no saber que pasaba con el, porque tenia las alas color negras. Su madre lo abrazo y lo saco del lago, ya toda la población de patos estaba a la orilla del lago viendo lo que pasaba con Patonacho. Patopipo había llegado también, lo observó y se dio cuenta que el pequeño animalito no era un pato. Calló, debía asegurarse que lo que fuera a decir no afectara a la población patuna.

A lo lejos el guardabosque de la selva lacandona y el Biólogo australiano del centro de investigaciones observaron el movimiento de los patos, les llamó la atención porque se habían congregado alrededor del lago y que solo dos patos estaban dentro del agua. Respetaban su hábitat, no se acercaban cuando estaban concentrados en ese lago, solo observaban con los binoculares. Con el se dieron cuenta del color negro del patito que estaba a lado de una pata.

–¿Ya viste que color es el pequeño patito que lleva la pata a su lado? –preguntó el guardabosque al Biólogo–

–Si, pensé que era mi imaginación, pero no, es un pato negro y eso no puede ser porque aquí todos son blancos, a no ser que el padre haya sido un pato negro que la pata conoció, pero no creo porque todos los de aquí son muy celosos, cuidan a sus patas y no les permiten que vuelen a otros lados para embarazarlas. Esperemos a ver que hacen, parece que le tienen miedo. 

Al salir del agua, Patopipo los llamó para que fueran a su casa. Patonacho iba triste, unos patitos a su paso le gritaron: “eres el patito feo”, “Patito feo”; y así corearon todos los patitos pequeños sin poder pararlos, le gritaban a Patonacho y Patalicia. El caminar del “Patito feo” era muy elegante, el cuello era más largo y delgado. Sin duda no era un pato, era algo más… ¿Qué era ese animalito diferente a los demás en color y elegancia? Llegaron a la casa de Patopipo, se encerraron en la pequeña cueva que utilizaba, para temas serios cuando era necesario.

–Patalicia quiero que me digas la verdad a las preguntas que te haré: ¿Alguna vez estuviste con un pato negro?

–No, nunca he estado con un pato negro.

–¿Alguna vez en tu familia hubo un pato negro? ¿Un abuelo, un tatarabuelo, o una abuela o comiste algo que haya originado esto? 

–No que yo sepa, he sido cuidadosa en todo Maestro, en mi familia no hay descendientes de este color. Nunca he salido de este lago, mi marido era blanco y todos lo conocen, su familia esta aquí, tampoco hay nadie de este color en ellos.



–Bien, mira lo que voy a decirte es que el pequeño tiene la apariencia de un CISNE NEGRO, pero no puedo asegurarlo, porque necesito que crezca más, su pelaje, su cuerpo es más estilizado que el nuestro, se desarrollan más grandes, su cuello es más largo. Lo verdaderamente importante es preguntarte cómo es que diste a luz a un CISNE NEGRO. Mis ancestros fueron los primeros en llegar a estas tierras, fueron traídos por el Centro, algunos viajaron de otros países para estar aquí. Ellos les contaron a nuestros abuelos que existen los CISNES NEGROS en otros países remotos, que es muy difícil encontrarlos aquí en la selva lacandona. Entonces ¿Cómo es que pariste un CISNE NEGRO? Me tienes que decir la verdad, para poder ayudarte Patalicia.

–Si, tiene razón, el día que di a luz a mis pequeños, yo elegí tenerlos en la zona donde ahora se encuentran las plantas nuevas que fueron traídas de otros sitios del mundo, ahí me gusto y me acomodé. La verdad es que no recuerdo cuantos huevos tuve, solo se que al otro día entre mis huevecillos estaba uno color verde pálido diferente a los demás, de ese huevecillo nació Patonacho, lo oculté porque me daba pena decir que el color de su cascaron era diferente y que me fueran a juzgar por eso. ¿Será que no era mío y llego de otro lado?

–Si, eso es lo que ocurrió, es muy probable que alguien lo haya traído por equivocación hasta acá y coincidió que tú pudiste darle calor todos esos días hasta que el pequeño logro salir del cascarón. Sin ti no lo hubiera logrado, así que tú eres su madre, aunque no lo hayas parido. Quiérelo como tuyo, no debes tener diferencia, el necesita de ti, sobre todo porque será rechazado por su color, le van a tener miedo.

Así fue, durante varios días el pequeño era señalado como “el patito feo”, nadie quería jugar con el ni acercársele. Pasaron quince días más, el patito dejo de ser pequeño a diferencia de los demás, crecía mas grande y su cuello era cada vez mas bonito y alargado, su caminar era elegante, su pelo brillaba y era tan oscuro como la noche. En el centro de investigación ya se habían percatado de lo ocurrido en el lago, el australiano se rascaba la cabeza como es que ese CISNE NEGRO había viajado con el, en forma de huevo sin haberlo visto. Ya habían llegado a esa conclusión dado que desde ese día que lo vieron con su madre nadando iniciaron las investigaciones. No sabía que harían, si dejarlo aquí en la selva lacandona o llevárselo a su hábitat natural en Australia. Pasó otro mes, el CISNE NEGRO se había convertido en toda una belleza, Patalicia le había dado todo su amor, pero cada día se preguntaba como podría ser feliz su pequeño si no podría formar una familia en ese lugar, nadie lo quería, le tenían miedo y Patonacho había aprendido a vivir solo del cariño de su familia. Esa familia que lo había adoptado sin importarle su color ni raza. Eso era realmente el amor. Si se sentía querido por ellos, pero era rechazado por todos los demás cada día. Los investigadores lo seguían de cerca, para ver si se adaptaba con los demás, pero también percibieron el rechazo de los demás hacia el CISNE. Nadaba solo y cuando lo hacía los demás se salían del lago, solo su familia se metía con el a nadar. El “Patito feo” como era llamado, se había convertido en toda una belleza y eso despertaba mas la envidia de los demás patos, las patas lo admiraban, aunque tenían prohibido acercársele. De pronto alguien comienza a correr un chisme sobre que los CISNES NEGROS traen desgracias. Los patos se ponen como locos, ya no permitirían que viviera con ellos y le exigirían a Patopipo que lo expulsara del lugar. Cierto día estando solo Patonacho, varios patos se acercaron a él para darle una paliza dejándolo malherido. Su madre corrió a recogerlo, el no se había defendido. Cada día su autoestima estaba más baja, por eso no puso resistencia. Los investigadores que habían puesto una cámara de video en los arboles, observando lo que los patos le habían hecho. Por este hecho, deciden que se lo llevarían de ese lugar, porque no sobreviviría. A la semana siguiente el “Patito feo” es llamado por Patopipo, convoca a una reunión urgente y en ella les exige que deben dejar de agredir a Patonacho, que el no eligió vivir ahí, que la vida era la única culpable de que el animalito llegara. Ni así, los demás lo aceptan. Las agresiones seguían. Para la siguiente semana, en el Centro eligen capturarlo. El CISNE impactaba con solo verlo nadar, ese día estaba con su madre en el lago. Patalicia ve a lo lejos a los hombres que iban con unas mallas de captura, su corazón le dijo que iban por su pequeño CISNE NEGRO. Lo abrazo y le dijo:

– Hijito te quise desde que te vi salir del cascaron, aunque no soy tu madre, siempre te querré como si lo fuera. Si la vida nos separa algún día, no importa donde estés siempre estaré pidiendo a la naturaleza por tu salud y que seas feliz. Aquí no lo eres, me entristece enormemente no poder hacer nada por ti. Tienes derecho a tener una familia con los de tu especie, aquí nadie querrá formar una familia contigo. Si los que nos vigilan te llevan con tu verdadera familia, por favor prométeme que serás feliz y que te olvidaras de todo lo malo que has vivido aquí.

–Madre, tu eres lo mas maravilloso que la naturaleza me dio, mis hermanitos los amo profundamente, siempre estarán en mi corazón, no soy feliz y si un día los que me trajeron me llevan con los de mi verdadera familia, no opondré resistencia. Gracias por darme tanto amor -contestó Patonacho–.

Fue capturado por los guardabosques y el CISNE no opuso resistencia. Solo derramo unas lagrimas y sé quedo dormido por el dardo que le dispararon. El australiano al tenerlo en la jaula, lo admiro, toco su pelaje de seda y brillante color negro. Lo subieron al camión, luego fue registrado en el avión comercial donde viajarían, el mismo lo llevaría de regreso a las montañas australianas. Viajaron las treinta seis horas, ya había pasado casi un año de aquella partida. Llegaron a su destino, Patonacho llevaba ya unas horas despierto, estaba ansioso de conocer el nuevo hogar al que lo llevarían. Se había ido en forma de huevo y regresaba como todo el CISNE NEGRO que era. El biólogo lo deposito en el suelo cerca del lago, a lo lejos había algunos CISNES NEGROS nadando. Patonacho, camino feliz hacia el nuevo futuro que le esperaba, observó brevemente a los animales igualitos a él. Nunca había volado, pero en ese momento emprende el vuelo alto y lleno de confianza en sí mismo hacia esa familia de CISNES que estaban sobre el agua del lago australiano. Descendió sobre el agua, los animalitos al verlo lo reciben con empatía y aceptación, lo abrazan en señal de bienvenida. Su corazón latía tan fuerte de alegría que por primera vez Patonacho supo que era ser verdaderamente feliz: había llegado a su hogar, con su verdadera familia para nunca más volverse a ir.


F I N

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