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Día internacional de la Mujer 

EDITORIAL



¿Podemos decir que “llegamos todas”? Podemos decirlo sólo si hablamos de logros específicos y vigentes, como ejercer plenamente el derecho a votar y ser votadas. Y aun así, millones de mujeres vulnerables y vulneradas siguen sin poder ejercer sus derechos humanos, políticos y culturales, atrapadas en la urgencia de sobrevivir y sacar el día. Poner el pie, en soledad, en un territorio, no es más que el principio de un camino nuevo que otras muchas compañeras deben seguir, una generación tras otra, hasta que deje de ser la conquista de un nombre y apellidos o de un sector minoritario. Habremos llegado todas cuando todas las mujeres sepan que tienen derechos, que tienen derecho a elegir y que el género no es una limitante para nuestras aspiraciones y sueños. Cuando no haya mujeres excluidas en cada ámbito de nuestra sociedad, si su voluntad y deseo es estar ahí, entonces sí que habremos “llegado todas”. La desigualdad en todas sus manifestaciones afecta a millones de mexicanas y les arrebata su derecho a elegir su camino, sometidas a la condición de solventar las necesidades básicas –comer, vivir, resistir–. No hemos llegado todas a la salud, a la educación, a la remuneración justa; si es que alguna, al tiempo libre, a mayor emprendimiento, porque hay que avanzar en la distribución de la riqueza y al acceso y la práctica de todos los derechos, a la justicia social y de género. Cuando deje de ser noticia que haya una mujer en cualquier puesto de cúpula, política o económica; cuando deje de esperarse o suponerse que los cuidados y el trabajo doméstico sean exclusivos o “naturales”  para las mujeres; cuando educarse sea igual de importante y accesible para todas las infancias; cuando el derecho a decidir sobre nuestros cuerpos no sea motivo de violencia; cuando conciliar la vida laboral y personal no sea un obstáculo; cuando no haya diferencia salarial por desempeñar igual cargo y función; cuando andar por las calles y cualquier espacio público, en lo urbano y lo rural, no sea un riesgo al cual nos aproximamos con cálculos sobre nuestra ropa, edad, apariencia o la actividad que desempeñamos; cuando estar en casa no signifique un riesgo para la vida; cuando se haga valer el derecho a un medio ambiente sano frente a los grandes intereses económicos; cuando importe asignar los recursos para eliminar la brecha entre la vida que en México llevamos mujeres y hombres; cuando no queden madres buscadoras, porque la autoridad haya hecho su trabajo, y se prevengan los crímenes por razón de género y los crímenes de odio, entonces sí llegaremos todas. Ocupar un cargo público no sólo es estar en los espacios, sino transformarlos.

El liderazgo feminista es la lucha diaria contra estructuras que intentan silenciarnos, despojarnos de nuestras voces y convertirnos en excepciones. Estamos decididas a desmontar los pactos de impunidad, para que la presencia de mujeres en la política sirva para desactivar los sistemas de violencia. Ejercer un liderazgo feminista significa afrontar que ocupar espacios de poder no necesariamente equivale a que podamos ejercer ese liderazgo con la suficiente autonomía. A diario, las mujeres en la política enfrentamos ataques, descalificaciones y violencia. Pero la violencia no sólo viene de fuera, muchas veces nos rodean agresores, deudores alimentarios y violentadores. Todavía padecemos aislamiento, represalias o descrédito cuando denunciamos la práctica de esta violencia que queremos erradicar y que está a unos pasos, probablemente en el despacho de al lado. Desempeñar un cargo público no implica, en automático, el poder de incidir de manera efectiva en la agenda política. Por eso la causa de las mujeres debe ocuparnos a diario, en beneficio de nosotras y de la sociedad entera, más diversa, inclusiva, pacifista, nutritiva y fértil, armoniosa y constructora de lo tangible e intangible, dialogante. La defensa de lo más valioso debe llegar al conjunto de la sociedad, para que la autoridad no se distraiga ni se olvide de lo fundamental. Para mantener al poder político al lado de la sociedad a la que responde y sirve; para que todos los niveles de gobierno estén conectados con la ciudadanía, no en un lugar ajeno, hermético ni sometido a intereses de camarilla. Para vivir en paz, las mujeres necesitamos libertad, consciencia, educación, cultura, ingresos, respeto, reconocimiento, solidaridad, alegría, ilusiones y esperanzas, todo lo bueno de la vida para compartir en casa, en el trabajo y en las calles, en lo público y en lo privado.

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