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Redacción

El Abrigo Olvidado

AUTORA: Guisella Toro

Derechos reservados

Twitter: @guiselatoro


Era una fría mañana de diciembre en la Ciudad de México, como ningún año amanecía particularmente más frío. Marcela salió con las cubetas llenas de agua y los trapeadores sucios, vio llegar a lo lejos una hermosa señorita delgada, de tez morena, cabello lacio y de edad madura. Su imagen era la de una persona bien cuidada y arreglada. Se hizo a un lado para dejarla entrar al vestíbulo del hotel de cinco estrellas, donde ella trabajaba. Observo que la acompañaban unos señores que le ayudaron a bajar sus cosas de un automóvil lujoso hasta registrarse. Además de una maleta, cargaba sobre su brazo derecho lo que parecía ser un guarda traje.

La recepcionista la recibió con el buen trato que distinguía a esa cadena de hoteles y le indicó el número de habitación que ocuparía. La chica subió con los señores al tercer piso donde se quedaría.

Marcela, había salido triste a trabajar desde temprano, vivía en un cuarto de vecindad rentado en la Colonia Guerrero. Su madre había amanecido más enferma. Tenía solo 18 años y desde pequeña había comenzado a trabajar abandonando sus ilusiones de seguir estudiando. Mantenía a su madre enferma por la diabetes tipo 2 que padecía desde hacía más de 15 años. Su corto salario apenas le alcanzaba para pagar la renta del cuarto, los alimentos, los pasajes y medicamentos de su madre. Sus ojos color miel grandes y hermosos, siempre tenían un dejo de tristeza, pero cuando llegaba a su casa y veía a su madre, se iluminaban como dos estrellas. La quería tanto que cada mañana le pedía a Dios por su salud. Era una chica muy cumplida en su trabajo, nunca faltaba, sus patrones la consideraban una excelente trabajadora, dejaba pulcra y ordenada cada una de las habitaciones. A veces solían quedarse olvidadas cosas de los huéspedes en el closet, pero la política del hotel era recogerlas y resguardarlas en un cuarto de objetos olvidados, para que si alguno regresaba por ellos, se los entregarán.

Terminó su día laboral como siempre a las seis de la tarde, ese día era quincena y además el mes de diciembre siempre se lo pagaban completo a los trabajadores con más de tres años de antigüedad como ella; también le entregaban un bono, ya era una tradición dar un incentivo por ser días más pesados al recibir más huéspedes. Salió directo a comprar los medicamentos que necesitaba su madre, ese dinero extra le permitiría hacerlo sin sacrificar el gasto de la renta y los alimentos.

Yolanda era el nombre de su madre, una mujer que había sido muy hermosa en su juventud y al igual que Marcela, también fue camarera en un hotel de lujo. Ahí conoció el hombre del que se enamoró, nunca se lo había dicho a su hija. Joaquin, era un hombre muy rico que solía llegar cada semana por viaje de negocios a la capital del país; casado pero nunca lo decía, hasta que ella mismo lo descubrió. Era mayor por quince años, muy guapo, ninguna mujer se podía resistir a su carisma y sencillez.

Yolanda, no era la excepción, llevaba cinco años llegando a ese Hotel cada semana y siempre le dejaba algún detalle que compraba especialmente para ella. Así fue como la conquistó. Su instinto le decía que era un “Don Juan”, su corazón no entendía razones, porque ya estaba enamorada de él. Se entregó a él siendo el primero en su vida, por ello también Joaquín se “enamorisqueo” de ella, por su belleza y fidelidad. Vivieron su romance durante seis años, hasta que ella quedó embarazada porque los anticonceptivos fallaron. Cuando le informó que esperaba un hijo, el se enfureció acusándola que no era de el, que ella se las arreglara sola. Le dolió tanto que decidió investigar quien era el hombre con quien ella ingenuamente creyó que iba construir un hogar, aunque “fuera su segunda familia”, su pobreza le había enseñado a aceptar que no podía ser la única mujer en la vida de nadie, era lo que la vida le había enseñado, con todas las mujeres que vivían a su alrededor en esa vecindad.

Un dia en que el Gerente del Hotel dejo abierta su oficina, entró y revisó el archivero donde se encontraban los registros de “huéspedes distinguidos”, ahí encontró los datos de la empresa donde facturaban la habitación de Joaquín y decidió hablar por teléfono. La empresa se encontraba en la ciudad de Monterrey, se hizo pasar por una secretaria, preguntó dónde podía enviar un regalo navideño y la invitación a una cena, para el Ingeniero Joaquin. Ahí le respondieron amablemente dándole la dirección de él y su esposa. Su corazón quedo destrozado; desde ese momento decidió que criaría sola a su bebe, comenzó a buscar trabajo en otro Hotel y una semana después renunció a los 12 años de antigüedad que tenía en él, perdiendo todos los derechos que le daban. Se fue sin decirle a nadie donde iría. La emplearon en otro Hotel de lujo poniéndola a prueba, al ver su capacidad de trabajo la aceptaron. Nunca les dijo que estaba esperando un hijo, se fajaba para no dejar ver su panza, le resulto, hasta que a los ocho meses ya no pudo más y le contó a la Gerente que sería madre. La Gerente que era madre, le dio la oportunidad de seguir trabajando y habló con las demás empleadas que la ayudaran por si algún dolor se le presentaba. Todos se solidarizaron con su embarazo. Así dio a luz a Marcela una mañana del mes de Julio. Se parecía tanto al padre, que si el la negara no habría forma de hacerlo. Dos años después le diagnostican la diabetes, siendo la tipo dos, por lo que aunque se cuidara, la enfermedad avanzaba rápidamente. A sus 48 años, parecía una mujer de 60, su cabeza estaba llena de canas, sus piernas ya no respondían, sus riñones estaban dializados, se pasaba sentada en un sillón todo el día viendo la pequeña televisión que había comprado años atrás. No podía ayudar a su joven hija a la que amaba con toda el alma, ni siquiera con los quehaceres del hogar, sus manos también estaban dañadas por la artritis.

Marcela llegó presurosa a su casa, se fue directo a la cocina que tenían en el rincón del pequeño cuarto donde vivían, era tan pequeño que solo el baño tenía su propio espacio, lo demás estaba repartido entre la única cama, la cómoda donde guardaban su ropa y un perchero. Sobre la otra esquina estaba el televisor y un sillón donde su madre se sentaba todo el día, había una pequeña ventana de cristales cubierta con una cortina que ella mismo había hecho, donde solían asomarse para distraerse al ver pasar la gente. En su camino se había parado a comprar una pequeña despensa y unos tamales. Sacó los medicamentos de la bolsa, sirvió agua y con voz baja despertó a su madre que se había quedado dormida con la televisión encendida como de costumbre.

–¡Buenas tardes mamita! ¿Cómo te sientes? –pregunto en voz baja Marcela a Yolanda. Al oír esa voz despertó–

–Humm, bien hijita, un poco mejor. ¿Cómo te fue a ti? ¿Esta lleno el hotel como cada año?

–Si mamita, esta al tope gracias a Dios, eso es bueno porque si se llena, nuestro bono esta asegurado. Pase a comprar huevos, leche, pan, café y se me pagaron estas guajolotas de rajas con queso. A ti te traje tamalitos. Voy a preparar el café para que cenemos.

–Esta bien hijita. Mira ya va comenzar mi telenovela, que bueno que me despertaste quedó bien emocionante ayer.

Marcela se dispuso a cocinar, juntas tomaron café con los tamales y las guajolotas que ella había comprado. Esa noche su madre no pudo dormir, tuvo fuertes dolores en los riñones. Al otro día Marcela llamó al Doctor que vivía en la vecindad, un joven que estaba haciendo su residencia en la capital, pero era de Coahuila. La revisó como siempre, sin cobrarle un solo peso. La expresión en su cara le dijo a Marcela que algo estaba pasando. Salieron del cuarto hacia el patio de la vecindad.

–Mira Marcela no te voy a mentir, tu madre ya no puede seguir aquí en tu casa, debe ser atendida en un hospital hoy mismo, necesitamos hacerle más estudios. No quiero adelantarte nada, necesito ver los resultados. Si me permites le voy hablar a una ambulancia para que se la lleve al seguro social dónde trabajo.

–¿Cómo? ¡No puede ser Doctor, no me diga eso! ¿Pero se va recuperar verdad? ¿No me asuste, mi madre es lo único que tengo? –sollozó Marcela, sintiendo que su mundo se estaba derrumbando. Inmediatamente llamó al hotel para avisar que llegaría tarde. Se la llevaron gracias a la intervención del doctor, le abrieron una cama en urgencias. Eran cerca de las doce del día cuando dejo a su madre en el hospital atendida por los doctores. El doctor le dijo que el la vería que no se preocupara.

Marcela no podía faltar en este mes al trabajo, era un requisito imposible de no cumplir por la temporada alta. Se fue con el corazón en un hilo, rogándole a Dios que su madre estuviera bien. Al entrar al hotel ya la esperaban todos los cuartos sin arreglar que acababan de dejar y la zona del lobby que siempre limpiaba. Al entrar a uno de los cuartos y revisar el armario, ve que hay un guarda traje colgado, seguramente se le olvidó al huésped. Lo saco y puso sobre el carrito que usaban para trasladar el material de limpieza. Sabia que ese día saldría tarde para poder cumplir las horas que no trabajó. Sin embargo, cerca de las cinco de la tarde llamaron del hospital que era urgente que fuera a ver a su madre. Cómo pudo termino la ultima habitación y sin dudarlo le aviso al Gerente que se iría antes. El aprobó esa decisión puesto que la chica nunca había faltado ni llegado tarde. Recogió sus cosas y para ahorrar tiempo, ya no subió a dejar el portatraje al cuarto de objetos olvidados, se lo llevo con ella. Al siguiente día lo llevaría. Subió al metro Juarez que la llevaría al Metro Buenavista, donde estaba la clínica del Seguro social en la calle de Mosqueta. Al llegar al hospital le informan que su madre estaba en terapia intensiva, apenas si podía respirar. El doctor la llamo hacia el pasillo y le informaron que no había nada más por hacer, sus riñones estaban ya sin responder. Que tenia que ser valiente. Le cayo como agua fría saber que su madre no tenia salvación. La tendrían solo dos días para estabilizarla un poco. Le habían dicho que necesitaba trasplantes desde hace dos años, pero no había podido conseguirlo, ella aun siendo su hija no podía donárselas porque no eran compatibles. Su corazón se hizo añicos y respiro profundo.

Yolanda por otra parte, desde que la subieron a la ambulancia intuyó que esa era su ultima batalla, le pidió al doctor que le dijera la verdad sin que su hija supiera que lo sabia. Marcela la cuido los dos días quedandose a dormir ahí. Pasaron los días y al tercero le dieron el alta, ya iba un poco mejor, debido a los calmantes fuertes que le habían inyectado. Así transcurrieron los siguientes días, entre el trabajo y la enfermedad de su madre. Llego el día 23 de diciembre, el Hotel se había desocupado un poco más. Las personas por esos días no viajaban, decidió que al salir iría a comprar el pollo que cocinaría para la Nochebuena. Su madre era muy católica y la había sorprendido al colocar con sumo esfuerzo el pequeño nacimiento que tenían, encima de una mesita de madera. Las mañanas estaban cada día más frías y su madre no aguantaba mas, solo andaba un suéter de lana viejito. Decidió que de regalo le compraría un abrigo que le ayudara a no padecer tanto frio. Sin embargo por la fuerte lluvia que se desato en la ciudad no pudo y se tuvo que ir directamente a su casa. Al llegar comenzó a ordenar el cuartito, la Nochebuena debía llegar con la casa limpia. Al mover unas cosas, se encuentra con el portatraje que se había llevado por la prisa hasta su casa, lo abre para ver que había dentro y observa que es un hermoso abrigo de mujer muy fino. La lluvia había descendido aun más la temperatura, su madre temblaba, saco de la cómoda otra cobija para envolverla con el y evitar que siguiera temblando.

Yolanda sé hacia la fuerte, sin embargo algo le anunciaba que no llegaría a la Navidad.

No quería que ese día fuera recordado por su hija como el “día en que murió mi madre”, pero ya nada podía hacer, ya sus fuerzas se habían terminado. Apenas si ceno la avena que le preparo su hija y decidió irse a descansar. Su hija siguió arreglando el cuarto, puso unas estrellas brillantes pegadas en el cristal de la ventana y también sacó el árbol de navidad pequeño con las esferas que guardaban cada año. Su mirada era cada vez más borrosa, le faltaba el aire, pero no quería alarmar a su hija, la veía tan feliz escuchando los villancicos de la radio, que decidió callar. El frio le calaba los huesos, no aguantaba. Por su parte Marcela cantaba, trapeaba y  había terminado de poner el árbol de navidad. Su corazón empezó a latir fuerte como un presentimiento. Voltea a ver hacia la cama donde estaba su madre y la ve que esta temblando. Sin pensarlo dos veces, va hacia donde había dejado el abrigo y lo saca, para llevárselo a su madre.

–A ver mamacita, mira lo que te compre, te lo iba entregar mañana envuelto con un moño, pero creo que ahorita es cuando más lo necesitas por lo que lo vas estrenar de una vez el día de hoy –mintió, sabia que el abrigo no era de ella, pero no podía ver a su madre así de temblorosa–

–Hay hijita, no es posible que hayas gastado en eso, mira te vas a quedar sin dinero antes de la quincena, no era necesario que me compraras nada. Tú eres mi mejor regalo, siempre estaré agradecida por la hija tan noble que Dios me mando. Perdoname por no haberte dado la vida que merecías, me esforcé mucho hijita, pero esta enfermedad me dejo sin poder ayudarte. Soy una carga para ti, solo espero que cuando me vaya de este mundo, seas fuerte y persigas tus sueños. ¿Prométeme que lo harás? –dijo su madre con voz temblorosa.

–Madre mía, no digas eso, tú y yo seguiremos juntas. Nada de estar diciendo que te vas a morir o que me vas a faltar. Te amo mucho mamita, daría mi vida porque estuvieras sana y que nada te doliera. Ven te lo voy a poner –la ayudó para que se levantara de la cama y le puso el abrigo–.

–Hijita esta hermoso. Se ve que te costo mucho dinero, aun se distinguir lo bueno Marcelita.

–Si mamita, pero lo agarré en abonos, no te preocupes, me lo vendió una amiga del trabajo que me quiere mucho. –la volvió a recostar en la cama ya con el abrigo puesto y en efecto su madre dejo de temblar–.

–Me voy a dormir hijita, ya no trabajes tanto. Mira ahí en esa cajita de zapatos tengo unos pesos ahorrados, si te hace falta dinero para lo que haya que hacer cuando me vaya de este mundo, ahí con eso te va ayudar. Ven aquí dame un beso y deja que yo te llene de besos.

–Mamita ya deja de llamar a la muerte, no te vas a morir y menos hoy ni mañana que es Navidad.  Andele mejor duérmase y descanse, que muy probablemente lo que tiene es que esta cansada. –la regaño Marcela, la arropó bien y le canta el villancico que más le gustaba “Noche de Paz, Noche de amor…” hasta verla que duerme profundamente.

Marcela termina de arreglar y decide tomarse un baño. Al salir del baño con su pijama puesta, se dispone a acostarse y revisa que su madre este bien. Hasta esa hora su madre dormía plácidamente. Cae profundamente cansada. Despierta con el sonido de la alarma del reloj que cada mañana la levantaba. Para esa hora su madre ya estaba despierta siempre, sin embargo, al voltearse a verla sigue dormida, le habla en voz baja y no despierta, sé acerca más para tocarla, descubre que su madre esta muy fría de la cara, su aspecto era muy pálido. Levanta las sabanas y observa que no respira, su corazón comienza a latir más fuerte, la abraza y acerca su oido a su corazón para descubrir que ya no latía. Emite un grito de dolor:

–Nooooo, nooooo mamita, no me dejes, por favor quédate conmigo.–Grito con ese llanto desgarrador por el dolor de perder a un ser querido. La gente del vecindario lo escucha y deciden ir a ver que pasaba. Tocan y tocan hasta que Marcela decide abrirles. Entran para ver el cuerpo de Yolanda sin vida. El sepelio se lleva acabo sin invitados, solo los vecinos la ayudan con todo el tramite y ella avisa al hotel que se tomaría dos das por la muerte de su madre, no sin antes pedirle a una amiga que la cubriera para que no la corrieran.

En el Hotel reciben una llamada de una de sus clientes más distinguidas, para preguntar sobre un portatrajes que olvidó y que dentro estaba un abrigo muy fino que había sido obsequio de su abuela. El Gerente lo busco en el cuarto de objetos olvidados, nada.

Informó que no estaba en su poder, pero que preguntaría con la muchacha de limpieza que ese día no había llegado por la muerte de su madre. La señora le informa que si lo encuentra que le avisara para ir por el personalmente. El Gerente le habla a Marcela para preguntarle sobre el abrigo y ella le confirma que lo tiene, que se lo llevó por la urgencia de salir del hotel en los días en que su madre estuvo en el hospital. El Gerente la entendió. Efectivamente el dinero que tenía su madre más lo que tenía ella de su mes de salario, aguinaldo y bono, le permitieron enterrarla, pero se había quedado sin un peso para cubrir el resto del mes que le faltaría ya que le pagarían hasta el 15 de enero. Lleva a la tintorería el abrigo que le había quitado a su madre y se lo entregan por la noche, al otro tendría que entregarlo. Al siguiente día llego más temprano, para demostrar su disposición y lo mejor de ella. El Gerente y todos los empleados le entregan un sobre con dinero que habían recogido entre todos, para ayudarla por la muerte de su madre. Su corazón se alegró, no cabía duda que su oración a Dios y el angelito en el cielo que era su madre conocía de la carencia económica que estaba enfrentando. Eran casi las cuatro de la tarde cuando la joven elegante que vio a mitad de quincena entró, nuevamente acompañada, su ropa fina y glamorosa le indicaba que nunca había sufrido de falta de dinero. Siguió trapeando el vestíbulo y a lo lejos escucho la voz de la recepcionista gritar su nombre. Dejó las cubetas fuera del pasillo, para evitar accidentes y caminó hacia allá.

–¿Digame Licenciada para que soy buena? –pregunto Marcela.

–La señorita vino por un portatraje, me dijo el gerente que tú lo tienes. Ya lo busque en el cuarto de objetos y no lo encontré.

–Si, yo lo tengo colgado en el área de limpieza, ahorita se lo traigo.

–Hola soy Laura, gracias infinitas por resguardarlo, no sabe cuánto se lo agradezco, mi abuela me lo trajo de su viaje por Canadá y por ello no lo podía perder. –le dio la mano con toda sencillez, que fue aceptada con agrado por Marcela.

–No se preocupe, aquí nunca se pierde nada, ahorita se lo traigo.

Al regresar y entregárselo, Laura lo abre y observa que esta ahí intacto. Saca de su bolsa, su billetera y un par de billetes de alta denominación, que le ofrece a Marcela con humildad.

–Mire, acéptame esta gratificación por ser honesta y cuidar de él. Sé que usted  no me esta pidiendo nada pero de corazón, yo le ofrezco esto. Este abrigo fue el último regalo que me dio mi abuela, siempre viaja conmigo a lugares fríos, significa mucho para mí. Por eso, por favor acéptelo.


–No señorita, no me debe nada, es mi trabajo recoger y entregar lo que olviden. Muchas gracias por su gesto de agradecimiento pero no es necesario. Además aquí el Gerente nos prohibe recibir dinero de los huéspedes. –respondió Marcela. Laura decide entonces ir a pedir la autorización del gerente para que ella pudiera recibirlo. No sabía porque, pero algo en el fondo de su corazón le decía que esa chica lo necesitaba, un impulso o un llamado del cielo, pero ese día era como si algo raro hubiera en el ambiente.


Convenció al gerente y entonces Marcela finalmente recibió la gratificación. Laura se fue feliz de haber recuperado su abrigo, pero también de ver la cara de alivio de Marcela cuando le entregó ese dinero.

Nadie sabría en ese lugar que “el Abrigo Olvidado”, le había ayudado tanto, para quitarle el intenso frío a su madre muerta y que había sido “su último regalo”. Aprendió ese día que las cosas y las personas llegan a nuestra vida cuando es el momento adecuado, nunca antes ni después y que regresan a nosotros, si son valiosas, como en el caso de Laura que recibió como “último regalo” el “Abrigo Olvidado”, también de su abuela muerta años atrás. 

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