El Chelsea vive
Londres.- Respira, el moribundo Chelsea aún respira. Descartado prácticamente de todo y con Graham Potter balanceándose en un hilo muy fino, el equipo 'Blue' superó al Borussia Dortmund, avanza a cuartos de final (2-1 en el global) y sueña con una Champions League que hace no tanto parecía imposible y que ahora está un poco más cerca.
El Chelsea levantó el 1-0 de la ida con goles de Raheem Sterling y Kai Havertz, en un penalti que tuvo que repetir, en un partido en el que volvió a quedar en evidencia la falta de gol de los londinenses, pero en el que la insistencia, tras una decena de disparos a puerta, terminó por pagar.
Los de Potter, que salva el cuello, se meten por tercera temporada consecutiva en cuartos de final de la Champions y dan aire a una temporada en la que esta competición es lo único a lo que pueden agarrarse.
Lo sabía la afición y por eso calentó la previa hasta rozar la intervención policial en los alrededores de Stamford Bridge, donde el azul de las bengalas teñía el aire. Para darle más epicidad al encuentro, este tuvo que retrasarse diez minutos porque el autobús del Dortmund llegó tarde al estadio.
La tardanza no enfrió a un Bridge que cambió rápido de color, al amarillo de las bengalas de la caliente afición germana. Pero en el campo era otra historia, el Chelsea, empujado por el ambiente de las grandes noches europeas, empezó a llegar a portería con asiduidad.
Un paradón de Meyer a Joao Félix, una volea de Havertz al palo, un golazo del alemán anulado por fuera de juego previo de Sterling... El torrente de ocasiones fallidas era un claro reflejo de lo que es este Chelsea, carente de un nueve puro y con muy poca confianza de cara a portería.
Ni siquiera el 1-0, al filo del descanso, no se libró de ese aire de aleatoriedad que impregna cada ataque de los 'Blues'. Chilwell ganó línea de fondo tras un jugadón de Havertz y Sterling erró su primer disparo con una patada al aire. La suerte, esa que no se ve por el Bridge desde hace tiempo, le sonrió y la pelota siguió en sus pies. Se la llevó a trompicones ante un central y fusiló a Meyer.
Fue un gol liberador, pero no suficiente para tumbar una maldición, porque nada más salir del descanso, Chilwell forzó un penalti por mano de Wolf. No lo vio el árbitro, sí el VAR.
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