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EFE

Final dramático del Atlético

Madrid- Ni siquiera con un penalti lanzado y fallado por Yannick Carrasco en la última jugada del partido, revisada por el VAR y otorgado por el árbitro Clement Turpin con el tiempo cumplido, ni con el rechace que estrelló contra el larguero Saúl Ñíguez esquivó el Atlético de Madrid el destino al que se había dirigido mucho antes en esta competición, en un final dramático que culminó otro fiasco del conjunto rojiblanco en la Liga de Campeones.

La noche empezó tenebrosa para el Atlético. No sólo fue el 0-4 del Oporto en Brujas que lo obligaba a ganar, sin ningún matiz, sino el inicio de su propio encuentro: ni en su peor pesadilla habría supuesto un panorama tan temible como el que descubrió, de repente, al borde del minuto 9, por el exceso de confianza de Griezmann, al que le birló el balón Andrich para conectar con Hlozek, que habilitó a Diaby ante Oblak. El 0-1. Un mazazo.


El Atlético, otra vez contra sí mismo en la Liga de Campeones, la competición que lo agobia y lo desvela más que ninguna otra, sea cual sea el adversario, en este caso un Leverkusen en la recomposición que ordena Xabi Alonso, su nuevo técnico; un equipo indudablemente inferior al grupo que dirige Diego Simeone, aunque lo ganara en el primer compromiso entre sí en el Bay Arena o aunque lo agitara con el 0-1 tan pronto en el Metropolitano.


El Atlético se repuso del primer accidente. Ya había surgido algún silbido de la grada, en esa exhaustiva y constante revisión a la que se siente sometido el conjunto rojiblanco y su entrenador, tan natural como debe ser la exigencia sobre este equipo, cuando Correa, el más creyente de todos, creó una ocasión de la nada, al que le faltó el tino que no tiene muchas veces el atacante argentino, quien estrelló su disparo en la salida de Hradecky, o cuando Yannick Carrasco (hizo su mejor partido en meses) soltó el derechazo que sí superó al portero. El 1-1 en el minuto 22.


El remedio fue temporal, tan aparente primero, tan fugaz luego, otra vez más por demérito del conjunto rojiblanco, en este caso en concreto de Correa, al que le sobró el regate al borde del área, como en el 0-1 le había sobrado a Griezmann; una invitación para que Amiri fuera a por él, lo pusiera en evidencia en su giro y entregara a Hudson Odoi la oportunidad del 1-2. No falló el atacante procedente del Chelsea, tampoco sin excesiva oposición rival.


Su velocidad y la de Diaby, la pareja de ataque del Leverkusen, retrató y desbordó a la defensa del Atlético. A Giménez, cuya mejor versión pertenece al pasado, o a Hermoso, la sorpresa de la alineación, que duró 45 minutos, cambiado al descanso por Saúl Ñíguez. Realmente, a toda la estructura de un bloque cuya fiabilidad es un recuerdo melancólico, imperceptible ya en su presente, por más que algunos marcadores precedentes hayan dibujado una seguridad artificial, demasiado voluble... Inexistente.


La siguiente mejor ocasión del equipo local fue un remate contra su propia portería del Leverkusen, al que se interpuso Hradecky, que tampoco había hecho ni la mitad de paradas que hubiera intuido en una visita en otro tiempo a un estadio como el Metropolitano. Pero eso, también, forma parte del pasado, aquellos momentos en los que el campo madrileño era una fortaleza inabordable para tantos y tantos adversarios. Hoy ni lo es ni lo parece. Y pudo ser peor al descanso, de no haber sido por Oblak, que salvó el 1-3.


Habría sido una catástrofe, pero no lo fue. Y en este Atlético de tantas caras tan diversas fue un salvavidas, tan cerca del descanso, de la charla de Simeone y de la reacción del segundo tiempo, surgida desde el gol de Rodrigo de Paul (fue uno de los dos cambios al intermedio, al entrar por Correa; Saúl ingresó por Hermoso), un tiro desde el borde del área que batió a Hradecky para poner en ebullición el partido y el Metropolitano. Había vida. Y esperanza.

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