La aventura de ser mamá: Casi un año de LME
Tuxtla.- Hace exactamente un año, ya estaba de incapacidad, descansando en casa, preparándome para la llegada de Elisa, esperando señales del parto, contracciones, dolores o algo así, porque dicen que las primerizas siempre se adelantan.
También estaba esperando que me comenzaran a gotear los senos, alguna señal de que la lactancia era algo que iba a suceder, pero nomás nada... todo seguía igual, y desde ahí comencé a dudar si sería posible, aunque el doctor ya me había dicho que todas las mujeres podemos dar pecho.
En ese entonces yo no sabía que estaba a menos de dos semanas de conocer al amor de mi vida. ¡Parece que hubiera sido en otra vida! Y a la vez, es como si hubiera sido ayer, cuando supimos que otra vez se había enredado con el cordón, y esperamos sin éxito que se desenredara sola.
Lo que más me sorprende, ahora que estamos nostálgicos y a punto de celebrar el primer año de vida de Elisa, es que ya hace casi un año que no la tengo dentro de mi, pero aún así seguimos unidas por un lazo físico, mi cuerpo sigue nutriendo al suyo pero no a través de un cordón, sino de la lactancia materna.
Ya les he contado antes, pero me gusta recordarlo, que en cuanto la tuve en mis brazos y me dijeron que me la pegara al pecho, sentí mucha desesperación y miedo, pensaba: ¿para qué me la voy a pegar, si no estoy sacando leche? ¿Cómo me la acomodo? ¿En qué momento va a empezar a salir?
Todas mis preguntas parecían no tener respuesta: le pregunté a mi mamá, a la enfermera, a la nutrióloga, al enfermero de guardia, al ginecólogo, a la pediatra; muchos se contradecían, algunos me recomendaban que tomara avena, o que le diera fórmula, que me pusiera Vaselina para el dolor, que solo me pusiera de mi propia leche para el ardor (misma que todavía no salía), hasta me hicieron comprar una pezonera, y el único consejo que sirvió, fue el de pegarme mucho a mi bebé.
La primera semana fue muy difícil, ni hablar de las primeras horas: Elisa lloraba de hambre, yo me la pegaba y no sentía nada, en la noche le dimos una fórmula que nos vendieron en el hospital porque tenía mucha hambre, y yo sin confiar en mi cuerpo, sin saber que la gotitas de calostro eran suficientes, aunque claro que no las veía, porque ella las alcanzaba a tomar.
Ya en casa, cada vez que ella iba a comer me empezaba a poner nerviosa, a sufrir, a prepararme mentalmente para el dolor, el ardor y la impotencia, otra de esas noches también recurrí a la fórmula, entre lágrimas, sintiéndome poco competente o útil para alimentar a mi propia hija, pero determinada a seguir intentándolo, aunque no hacía nada diferente, solo seguir ofreciendo.
A la semana y media, como por arte de magia, se me despegó, y la leche quedó goteando, y fue uno de los momentos más felices y satisfactorios: a partir de ahí comenzó lo mero bueno, sentía cómo se me llenaban los pechos, aunque no tuve fiebre o escalofríos.
Yo estaba maravillada: cada cierta hora, unos dos o tres minutos antes de que Elisa pidiera comer o se despertara, mis pechos se empezaban a llenar, a los dos o tres meses, ella se dormía y yo quedaba súper congestionada, por lo que me empecé a extraer cada vez más leche para llenar mi banco.
Le tenía más miedo al extractor que lo que en realidad fue: no dolía nada, llenaba dos o tres botellas, comenzaba a apilarla en el congelador y veía sus cambios de color, de consistencia, era mágico que eso saliera de mí y que fuera suficiente para que Elisa estuviera creciendo muy sana, redondita y grandota.
Creo que toda mamá primeriza debería saber que sí se puede, siempre se puede: es cuestión de paciencia, no estás haciendo nada mal, solo hay que dejar que la naturaleza haga lo suyo, siempre confiar en ti y nunca rendirte, creo que muchas tiran la toalla por desesperarse o no tener paciencia consigo mismas.
Estoy eternamente agradecida de no haber tirado la toalla, de poder superar cada crisis de lactancia, de seguir produciendo lo que Elisa necesita, quizá ahora la leche materna ya no va a ser su alimento principal, pero siempre será su consuelo, su tranquilizante, su diversión, su momento de relax o lo que ella necesite.
Aunque creo que la que más lo necesita soy yo: ese momento en el que nos unimos, en el que la sigo protegiendo, me acaricia o me hace cosquillas mientras se agarra el pie, y yo le acaricio el cabello pensando que es hermosa y maravillosa.
Quizá el pediatra me quiera mandar fórmula para que suba más de peso, pero yo no pienso destetar hasta que ella me lo pida, siempre quiero ser el lugar en el que ella se refugie, se sienta segura y recargue pilas para ser una niña maravillosa y llena de vida.
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