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ALEJANDRA OROZCO

La aventura de ser mamá: Cinco meses de lactancia materna exclusiva

Tuxtla.- Desde que comencé mi carrera periodística, he cubierto diversos temas, y cuando se acercaban estas fechas siempre buscaba entrevistas y testimonios sobre la lactancia, para preparar reportajes sobre los beneficios que tiene, aún sin ser mamá; desde entonces me parecía algo fascinante y decidí que quería hacerlo cuando llegara el momento.



El momento llegó hace cinco meses, y estaba tan convencida de querer darle lactancia materna exclusiva (LME) a Elisa, que me informé lo más que pude, leí, vi videos, pregunté con otras mamás, y no compré más que dos biberones por si las moscas, además de mi extractor.

Los expertos recomiendan que, en cuanto nace el bebé, se debe pegar a la madre para estimular la producción de leche y generar ese vínculo, nuestra primera conexión ocurrió aproximadamente a la hora de que Elisa nació (según yo, porque estaba aturdida por la anestesia), cuando ya me habían subido al cuarto y pasado a mi cama.

Mi bebé de 48 centímetros y dos kilos 800 gramos entraba perfecto en mi pecho, aunque no tenía ni idea de cómo sostenerla, me parecía tan frágil, quería hacerlo bien, pero no me sentía al 100 por la recuperación de la cesárea, tampoco me importó que el cuarto estuviera lleno de gente, yo como pude me saqué el pecho de la bata, con la mano que no estaba canalizada, y traté de acomodar a Elisa.

No pasó nada, evidentemente... o al menos eso pensé en ese momento... ella, con su instinto de supervivencia, buscó mi pecho y trató de succionar con su boquita diminuta, yo no sentí dolor, ardor o algo, quizá fue una sensación rara, pero no tanto como me lo imaginaba; de mi pecho -de nuevo, según yo-, no salió nada.

Una enfermera me recomendó pegármela todo el tiempo, otra me recomendó una pezonera que Rodrigo corrió a comprar pero no sirvió para nada, me dijeron que me cubriera la espalda, que tomara avena, que me hiciera masajes, y 3 de cada 4 recomendaciones no eran más que mitos entre una que otra que sí me sirvió.

Las opiniones eran diversas... todos se veían tan tranquilos mientras yo me moría de preocupación de que no produjera leche... ¿cómo se iba a alimentar mi bebé si “no me salía nada”? Caí en pánico y esa noche, le dimos media onza de fórmula, porque llevaba todo el día intentando, y “no salía nada”.

Al día siguiente, seguía intentando pero sólo lograba que mi pezón se irritara, estaba rojo y sensible, aunque Elisa parecía ya estar familiarizada con la succión. Fue hasta semanas después que me enteré que mi cuerpo estaba produciendo lo suficiente, así fuera una gota de lo que al principio era calostro, que lograba saciar las necesidades de Elisa aunque no pareciera así.

Le volví a dar formula como al tercer día de haber nacido, una noche que lloraba mucho porque, según yo, tenía hambre. A la semana, después de no darme por vencida, de llorar en las noches por el dolor mientras ella comía, de masajearme cada pecho antes de ofrecérselo para estimular la producción, de untarme lanolina después de cada toma -que fue mágica, por cierto, y todavía la sigo usando para proteger mis pezones-, por fin comencé a sentir “la bajada” de la leche, y las gotitas que escurrían después de que ella me soltara.

Esas gotitas, cada vez más blancas y menos amarillas, representaron un gran triunfo para mi: lo logré, pensaba, al fin estoy produciendo leche, al fin podré alimentarla como se debe, y darle toda la protección, nutrimentos y amor que le puedo otorgar aún fuera de mi vientre y sin un cordón umbilical de por medio.

Contrario a lo que me habían dicho, no me dio fiebre, ni escalofríos, solo fue fluyendo y tardé como una semana asombrada de cómo se me endurecían como por arte de magia cada que se acercaba su hora de comer, de cómo se empapaban mis protectores y de cómo Elisa hacía ruidos cada vez que tragaba, sintiéndome muy satisfecha de poder lograrlo.

No fue fácil... fue una semana muy complicada, una recuperación como de un mes en lo que nos acostumbrábamos y encontrábamos la posición idónea, en lo que producía leche, en lo que iba reconociendo cuándo tenía hambre... aún así, su primer mes de vida subió un kilo más de lo esperado, cada rollito de su papada y de sus piernas me hacían sentir orgullosa de mí misma.

Incluso, el pediatra me indicó que estaba teniendo muchos gases por comer de más, y que le espaciara las tomas a una cada tres horas, pero quise investigar más y ahora sé que los gases y los cólicos son normales, que la lactancia es a libre demanda y sin controles de tiempo o cantidad.

Cuando supe que no podía aliviarme por parto natural, me aferré a al menos poder darle LME, sentía que era mi responsabilidad como su mamá darle lo más natural y lo mejor, además de que quería sentir ese vínculo que se crea entre dos pares de ojos que se observan a una nariz de distancia cuando se les da amor a través de la leche.

Ni hablar del ahorro en leches de fórmula... la LME ha sido una de las mejores decisiones que he tomado, cada mamá hace lo mejor por su bebé y yo me siento contenta con mi elección...estamos a un mes de comenzar con la alimentación complementaria y mañana regreso a trabajar presencialmente... así que estamos por comenzar una nueva etapa, un nuevo reto: seguir al menos un mes más con LME, ayudadas con el extractor y la mamila mientras no estoy, y esperando que nuestro vínculo sea más fuerte cuando regrese a casa y la vea.

 

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