La aventura de ser mamá: Criar a un bebé en pandemia
Tuxtla.- Desde hace ya casi un año, desde que Elisa nació, prácticamente ha vivido encerrada: nació dos semanas antes de que comenzara el confinamiento, esa “cuarentena” que ya se extendió por casi 12 meses, por lo que no ha crecido como muchos niños antes de ella, como nosotros.
Al menos pudo tener un nacimiento “normal”, con papá en el quirófano junto a mi, hasta mi hermana entró por haber sido alumna de mi ginecólogo; contratamos una habitación más grande que la que nos incluía el seguro de gastos médicos, porque mucha gente llegó a conocerla, sin saber que sería la última vez que nos podríamos reunir sin restricciones, semáforos ni cubre bocas.
A la par de mi cuarentena comenzó la del resto del país, nos encerramos en casa de mi mamá y solo salíamos al pediatra o a los estudios del tamiz neonatal, mi mamá era la que iba al súper o a comprar lo necesario, solo recibíamos visitas de Rodrigo, mi cuñada y mi suegra, y de muy poquitos amigos y familiares que nos visitaron los primeros días, antes de este 18 de marzo cuando todo comenzó.
A la fecha, hay amigos y familia que no la conocen en persona... la han visto en cientos de fotos, por videollamada, han seguido su crecimiento a través de esta columna, pero no la han podido cargar, tienen miedo de salir de casa, y respetan el hecho de no querer contagiarla o contagiarnos, pues la realidad es que la pandemia sigue su curso.
Elisa no conoce un supermercado por dentro: aún no la dejan entrar, cuando estábamos en semáforo verde nos pedían que la metiéramos con cubre bocas, pero eso no está indicado por los pediatras hasta al menos después de los dos años... y no es que la queramos exponer, sino que a veces no hay de otra, tenemos que ir a comprar pañales o algo de camino después del pediatra o de algún mandado, pero no la han dejado pasar.
Tampoco es como que viva encerrada, la realidad es que yo salgo todos los días, trabajo de manera normal desde hace cinco meses, con miedo y con todas las medidas que pueda tomar, pero lo cierto es que sí salgo, y aunque debemos mantener las precauciones, también tenemos que aprender a vivir con este virus, que llegó para quedarse.
Los lugares que más frecuenta Elisa, por salud mental de todos para no estar como leones enjaulados, son la casa de mis abuelas, de algún tío o de dos amigas mías, y punto; también la hemos llevado a un par de fiestas infantiles, todas rodeada de sana distancia y gente con cubre bocas, pero nos ha demostrado ser fan de las piñatas.
Sé que vivimos en pandemia, y que debemos exponernos y a nuestra familia lo menos posible, pero si lo vemos del otro lado, una parte importante del desarrollo social de un niño es convivir, ya sea con niños o adultos, pero ver otras caras, Elisa está creciendo rodeada de ojos, pues los cubre bocas y caretas no dejan ver mucho más que ojos, casi no ve a la gente gesticular, salvo en casa cuando no traemos la mascarilla.
Además, le espantan los ruidos fuertes como las motos, la licuadora, los cuetes o los ladridos fuertes: no está acostumbrada al ruido exterior, al bullicio de las calles, y sin duda eso afecta su desarrollo, así como el de todos los niños que han nacido y crecido en pandemia.
Cuando la sacamos aunque sea a dar una vuelta en el coche, va inquieta y emocionada viendo por la ventana, queriendo sacar las manos, siguiendo todo con la mirada, asomándose desde la puerta para buscar la luna o los pajaritos, porque no la hemos podido sacar a pasear en carriola, a un parque, a una plaza o a una fiesta como si nada pasara.
Una que otra vez, la hemos llevado con nosotros a algún café o restaurante, han sido contadas con la palma de la mano y aunque guardamos todas las medidas, no puedo evitar sentirme observada, juzgada y culpable, como si la gente me tachara de mala madre por sacar a mi hija de la casa, siento que la expongo y la pongo en peligro, aunque yo sé que no es seguido y que lo hacemos con cuidado.
Todo es un dilema... ¿qué está bien? ¿Qué está mal? ¿Cuál debe ser el límite? ¿Cuándo será sensato salir a la calle? Hay que aprender a vivir con el virus... pero también a cuidarnos y a proteger a los nuestros, sin que eso les cueste también sus habilidades sociales y sin que se pierda del mundo que la rodea.
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