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  • ALEJANDRA OROZCO

La aventura de ser mamá: Leyendo a otras mamás periodistas

Hace un par de semanas, mi amiga Claudia Lobatón publicó que estaba leyendo un libro y al ver mi interés, me lo compartió con mucho cariño, y ese gesto es uno de los mejores regalos que me han hecho últimamente, no pude retomar este hobbie de mejor manera: se trata de Fruto, de la autoría de la mexicana Daniela Rea Gómez, y lo fascinante del mismo es que ella también es periodista, y construyó este relato al convertirse en madre y contar la historia de otras mamás.


Voy a tratar de no spoilearlo, pero no pude dejar de hacer algunas anotaciones que me hicieron sentir que no soy la única que piensa o siente así, me sirvió mucho leerlo del lápiz de alguien más, empezando por el hecho de que no nacemos madres, tampoco nos hacemos madres en el momento en que nacen nuestros hijos, sino poco a poco, como dice la autora, el amor de madre no es innato, sino evolutivo, no es como todos te dicen, de que al verle te enamoras y todo es color de rosa.

La primera lección de ser madre, es aprender a soltar, y se refiere a soltar expectativas, aprehensiones e idealizaciones, ser madre es fluir y adaptarse a las circunstancias, la crianza, asimismo, se aprende desde la propia familia, de cómo vemos a nuestras mamás haberla ejercido, y de cómo ellas vieron a nuestras abuelas hacerlo, una especie de teléfono descompuesto que va cambiando los modelos de crianza.

Un punto que también me tocó, es cómo normalizar que el cuidado nos invisibiliza, que a las mujeres siempre nos toca estar, y por lo mismo no se nos ve más allá de cuidadoras, hablando de cuidados, a veces nos cuesta trabajo distinguir qué cuidados son trabajo y cuáles un gesto de amor, es decir, qué cosas hago por obligación y cuáles me nacen por amor a mis hijas, ya que además, ser madre es ser interrumpida, constantemente interrumpida en lo que estemos haciendo por niñas que quieren agua, ir al baño o simplemente jugar, tal como me estuvieron interrumpiendo al leer el libro -que me hubiera acabado de corrido en dos días, pero por las mismas interrupciones me llevé dos semanas- y al escribir esta columna.

¿Alguna vez han pensado que exageran imaginándose los peores escenarios para ustedes mismas o sus hijos? A mí sí, y a la autora también, esos pensamientos intrusos al parecer atacan a casi todas las madres, desde temer por que nos pase algo y las dejemos huérfanas, hasta verlas dormidas e imaginar que no tienen vida, pensar cuánto tiempo las podré disfrutar, esas cosas que da cosita escribir o decir en voz alta, pero que sentí alivio al leer que alguien más las ha pensado.

Me identifiqué mucho con Daniela, la autora, porque a ambas nos ha tocado salir a la calle, a trabajar o a reportear cargando con hijas, lo cual también es una decisión política, es decir que somos madres pero eso no nos quita el ser periodistas, o cualquier otra profesión que también implica al mismo tiempo maternar, lo cual también lleva a pensar cuánta fragilidad tenemos ante el mundo que nos rodea como periodistas, a lo que nos exponemos, todo lo que escribimos y escuchamos, que también nos lleva a ser más temerosas y ansiosas.

¿Cómo me recordarán mis hijas? Muchas veces pienso eso, cuando la mayor parte del tiempo tengo un teléfono en la mano, redactando, escuchando entrevistas, son más las veces que las regaño que las que juego con ella, y como dice el libro, esto a veces pareciera que todo es una batalla, que todo me disgusta o que siempre estoy de mal humor.

Otra cuestión central, es si siempre quise ser mamá, o realmente nunca me detuve a pensarlo; sin embargo hoy en día el no pasar a veces tiempo con ellas por ir a una cobertura, es un sacrificio para honrar lo que hacemos, y al final del día, en medio del trajín de una cobertura, agradezco porque, como dice Dani, yo sí tengo a mis hijas en casa, a diferencia de las mamás de nuestros relatos: las buscadoras, las víctimas indirectas de feminicidio, las que desaparecieron, tenemos tal disposición para escuchar el dolor de afuera, sus historias, que muchas veces no escucho lo que las aqueja a ellas, y eso no está bien, pero esas veces no soy yo, sino el cansancio, el estrés, el trabajo atrasado.


Coincidimos, en que nos exigen tantas tareas, que estamos condenadas a cargar la culpa de no cumplirlas… esa culpa, que siento cuando las veo juntas y agradezco que en su hermandad no está presente mi sombra, que ellas serán cómplices y yo espectadora de su relación… y es que cuidar supone tener un montón de cosas en la cabeza y explotar, no es lo mismo tener tiempo que tener la mente libre, en eso radica la carga mental.

Dice la autora, que a veces necesitamos una zona de transición entre el trabajo y la casa, sobre todo quienes nos dedicamos al periodismo, de tanta cosa fea que pasa en el mundo, ellas son mi refugio, hay veces que solo quiero ir por ellas a la escuela y abrazarlas, pues aunque a veces me tienen desesperada, siempre estaré aquí para cuidarlas, aquí las tengo, molestándome, pero las tengo… también me di cuenta de que no soy la única, que a veces siento que estoy loca, que necesito un especialista, pues precisamente la labilidad emocional, el pasar de una emoción a otra, es un síntoma del colapso del cuidador, de lo que muchas mamás padecemos.

Este libro no es solo para mamás, muchas mujeres han tenido que cuidar sin serlo: quienes cuidaron a sus madres enfermas, a sus hermanos al quedar huérfanos, a sus nietos tras desaparecer la madre, todas ellas están incluidas en este libro, que nos dice que cuidamos y en cierto punto eso regresa, generación tras generación, el ver que nuestras mamás nos cuidaron y a fin de cuentas nos tocará cuidarlas, que llega un punto en que ambas somos mamás, pero también hijas, de que a veces también necesito darme un break, huir de ellas y mirarlas de lejos, pues muchas veces mi trabajo se filtra en la vida cotidiana de mis hijas. 

La autora no quería dejar de escribir este libro nunca, y yo no quería dejar de leerlo, tuve que omitir muchos apuntes para no hacer esto tedioso… pero les dejo esta frase que me pegó mucho, y expresa lo que siento cuando estoy redactando en vez de jugar con ellas: “Nunca habrá nada más importante que ustedes, pero no pido perdón por las horas robadas, porque ustedes también están aquí en esto, en las letras, en las penas, en lo que quiero hacer”. Se llama Fruto y es de Daniela Rea Gómez, no es solo para periodistas, tampoco es solo para mamás. Es una joya.

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