La Columna: Vaya lío en España
Ahora que todo el mundo tiene bajo la mira a Luis Rubiales, Presidente de la Real Federación Española de Futbol, aquí de repente surge un poco de admiración y no es por los actos que realizó durante el Mundial femenil en Australia hace un par de semanas, donde primero cometió el exabrupto de tocarse los genitales mientras festejaba a lo lejos con el entrenador del equipo, después le “robó” un beso a una jugadora y paseó a otra cargándola como bulto; no, es por su necedad y su sobrepoblación de testosterona.
Necio porque a todas luces quedó exhibido, muchas veces la personalidad sale a flote en el momento menos indicado, porque viene desde el subconsciente y es ahí donde sale el verdadero yo. Cierto, todo estuviera normal si no hubiera salido ya la agraviada a exigir protocolos y disciplina en ese sentido.
Después, este nefasto hecho, en el que una figura de su envergadura no tiene permitido ese tipo de actos burdos, se suma a una lista de situaciones que ya le han propiciado algunos asuntos legales, como un tema de fondos para construir que salieron de la federación, o el otro sonado caso del negocio y los audios con Gerard Piqué, en el que se solicitaban intercambios de favores llevando la Súper Copa de España a Oriente Medio y ganarse un dinerito aunque en el proceso se inmiscuyeran intereses encontrados y ese tipo de situaciones.
Ha logrado sobrevivir el dirigente cuando tenía todo en contra, porque en esos temas hay cosas que no se saben, acuerdos tácitos que terminan en soluciones prácticas para los señalados; sin embargo, en este caso sus actos ni alcanzan a justificarse cuando alguien es agraviado y lo reclama. Hay un video de por medio que lo deja exhibido y que, insisto, termina por desnudar la personalidad de alguien que no puede permitirse esas reacciones.
Siempre se ha dicho que el futbolista o el personaje relacionado a un deporte que termina siendo mediático, debe cuidar las formas porque termina siendo un ejemplo y Rubiales mandó mensajes equivocados, como equivocado es aferrarse a su puesto, sabedor de sus malos actos y que estos deben tener consecuencias para él.
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