La hacienda abandonada y un relato de amor
(Inspirada en una historia real)
AUTORA: Guisella Toro
Derechos reservados
Twitter:@guiselatoro
Era una noche desolada, la luna de octubre brillaba como si fuera el sol de la mañana, los arboles podían verse y una que otra ave se veía salir del árbol donde dormían para salir volando hacia otros sitios. Los perros que estaban acostados dispersos sobre los caminos de arena, al ver aquel ser fantasmal se levantaban inquietos corriendo. La media noche había llegado y como cada día de finales de octubre la fecha llegaba sin postergar: La novia se volvía aparecer por estas noches antes de los festejos del Día de Muertos.
Sobre el camino que conducía de la cabecera municipal a la comunidad, acostumbraban a cabalgar señores y jóvenes que regresaban de sus compromisos sociales. Algunos incrédulos no daban valor cuando sus abuelos contaban esta historia.
Esa noche regresaban de la ciudad un par de jóvenes que habían ido a visitar a sus novias a la cabecera municipal. Sin temer a nada, siempre regresaban a altas horas de la noche desde ya varios meses. Sus nombres eran Luis Arias y Jorge Zavala, contaban con 18 y 19 años respectivamente. Se habían tardado echando relajo y contando historias de leyenda, por lo que ahora iban particularmente mas nerviosos. De pronto comienzan a oler un perfume de mujer, que el aire llevaba hasta ellos. Las estrellas casi se podían tocar de tan cerca que se veían o era una alucinación, pero hasta parecía que estaban colgadas en el aire. Los jóvenes, iban risa y risa, no dándole importancia a la salida ruidosa de los pájaros de sus nidos, al aullar de los perros. Eligieron ser valientes y proseguir hasta su casa. Sin embargo, con el trote de los caballos, cada vez se acercaban más hacia el olor de jazmín que llegaba hasta ellos. De pronto sin saber de dónde salió, se ve ya muy cerca de ellos, una figura de mujer envuelta en una especie de camisón blanco o lo que parecía ser un vestido de novia, la luz tan clara de la luna, les permitía verla caminando a escasos metros. Los dos pararon de golpe, hacía menos de una hora que el padre de la novia de Luis Arias, le había relatado la historia de la aparición de “La Novia” a inicios de los años cuarenta. Corrían ahora los años sesentas y aun se seguía hablando de esa historia de amor que se convertiría en leyenda. El amor entre dos jóvenes de familias locales, que no les permitieron amarse en vida.
Parecía que caminaba en el aire, porque los pies del espectro no alcanzaban a verse y los dos jóvenes se dieron cuenta de esa falta. Jorge Zavala, exclamo con voz temblorosa a Luis:
–¿Oí, vez a esa mujer vestida de novia caminando hacia nosotros?
–¡Sí, la veo! Creo que de ella sale el olor a perfume que se huele en el aire. ¿Tú también lo hueles?
–Si primo, pero nunca me imagine que la encontraríamos. Es más yo no le creí a don Pablo sobre esta historia. Me asustaba más el cadejo que esta que dijo que se aparecía por esta zona antes de llegar al rancho de mis padres. ¿Dónde esta? ¿Ya desapareció…A dónde se fue?
–No lo sé, mejor apúrate primo, jálate que llevo prisa…jajajaja –ambos jóvenes jalaron el cordel de los caballos para darles la orden de correr –respondió Luis–.
Estaban casi a punto de llegar cuando de los matorrales de milpa sale volando el espectro y sé para frente al camino donde ellos pasarían. Los caballos al verla y sentir la energía del ser descomunal, relinchan parándose de un golpe. Los dos jóvenes amaestrados en el arte de la charrería, pudieron mantenerse aun en los lomos de los caballos. Sin saber que hacer, se quedan viendo el espectro que parecía muy bella, seguramente en vida debió ser muy hermosa. Su cabello suelto color negro, estaba revuelto cayendo sobre sus hombros, su ropa estaba como sucia y desgarrada. Se acerca a ellos con cara de ternura y gesto de interrogación:
–¿Busco a mi novio, alguno de ustedes lo ha visto? Me han prohibido verlo, pero no le obedecí a mi padre, estoy ya lista para que nos casemos. Miren que bonito está mi vestido. Mi padre no puede prohibirme hacerlo, me he escapado sin que me vieran y me escondí en el hueco tapado de la Hacienda abandonada. Unos hombres anduvieron buscándome y corrí a esconderme ahí. ¿Si lo ven pueden decirle que lo sigo esperando en nuestro lugar? –El espectro sale volando sin hacerles nada–.
–¡Jálale primooooo! Antes de que vuelva regresar, me quede mudo y tú también, pero no quiero volvérmela a encontrar, nadie nos creerá que la vimos y que nos habló –dijo Jorge, al tiempo que jalaban los cordeles a sus caballos nerviosos para salir huyendo–.
– Jesús, María y José, ¿por vidita tuya verdad que la vimos primo? –pregunta Luis.
–Claro que la vimos fue real. Mi padre no podrá creérmelo cuando se lo cuente, al igual que yo, no creía en esta historia. Lo bueno es que no nos hizo nada, como decían que era mala, yo me encomendé a todos los santos, aunque no aprendía bien a rezar.
–Si yo también, dentro de mi rezaba para que ella no nos hiciera nada. Bendito sea Dios que ya llegamos.
–Mejor quédate a dormir aquí en mi casa porque para tu rancho te vas a llevar otros diez minutos y no vaya ser que te siga o se vuelva a aparecer –ofreció Jorge a Luis– Su padre al escuchar los trotes de caballo, se levanto de la cama para salir a ayudar a su hijo que metiera el caballo.
–¿Cómo les fue? –Pregunta Don Celedonio.
–Ni sabes lo que nos acaba de pasar. Padre esta noche se va quedar a dormir Luis, no vaya ser que se le vuelva a aparecer la novia. Se nos apareció pasando la curva, pero no nos hizo nada, hasta nos habló.
–¿Ustedes tomaron algo hijitos, vienen tomados verdad? –pregunto Don Celedonio.
–Ves, te dije que no nos creería –le dijo Jorge a Luis– No padre, es cierto, si la vimos.
Mejor danos un “jurgaso de aguardiente”, para que se nos vaya el susto, estoy todo tembloroso y vengo frio.
–Si tío, yo también así me siento, por favor danos algo, para que nos regrese el alma al cuerpo –la madre de Jorge que estaba despierta, alcanzó a escuchar la conversación. Se levanta y va inmediatamente a sacar del closet la botella de aguardiente que guardaban. Sale caminando hasta la galera donde estaban.
–Los he escuchado hijitos, tomen aquí esta la botella. ¿Cuéntennos que paso? –dijo Martina a los jóvenes.
Los jóvenes después de prenderse de la botella de aguardiente, de sentirse más tranquilos, comienzan entre los dos a relatar lo acontecido. Al terminar, los padres de Jorge estaban sorprendidos de lo que habían vivido, para esa hora ya hasta el sueño se les había ido. Martina era bisnieta descendiente de “la Novia”, aun conservaba el apellido Santos, la historia la conocía bien y les dice:
–Siéntense, voy a poner café y contarles lo que realmente ocurrió en esta historia, mis padres me lo contaron y a ellos sus padres y a ellos los abuelos – Así inicia el relato contado por Martina:
“Cuenta la historia que hace más de ciento setenta años, existió está pareja de jóvenes, que nacieron el mismo día y en la misma hora de aquel mes de mayo. Eran vecinos que vivían en esta comunidad. Ambas familias tenían muchos años de conocerse, una se dedicaba a sembrar maíz, calabazas y sandía; la otra era una familia que se dedicaba a la ganadería y producía leche, queso y crema. La niña de nombre Manuela Santos era la hija de los ganaderos y el niño Juan de Lucio de los campesinos. A pesar de llevarse bien, no permitían que sus hijos convivieran. El padre de Manuela, Don José Santos aun conociendo que la familia De Lucio era trabajadora y contaba con bienes, siempre los hacia menos. Mientras que Don Juan De Lucio era humilde de corazón enseñándole a sus hijos que todos eran iguales, formándolos en ser hombres de servicio y amor al prójimo. Los niños sin que sus familias supieran, jugaban en los terrenos aledaños, iban a la misma escuela por lo que la amistad floreció. Pasaron los años y al volverse jovencitos, el amor los flecho y quedaron profundamente enamorados. La familia de Manuela ya había hecho planes para ella, como solía hacerse por esa época. Las jovencitas eran ofrecidas con algún joven de buena familia que pudiera fortalecer la riqueza familiar y para que subieran socialmente. En este caso Don José no era la excepción, su hija única sería presentada en sociedad en la cabecera municipal como se acostumbraba al cumplir los quince años. En ese tiempo había un club donde asistían las “familias más adineradas del municipio”, por lo que la familia Santos fue integrada gracias también a la belleza de Manuela. La chica fue presentada en sociedad en un mes de diciembre, algunos jóvenes de sociedad quedaron prendados de su belleza.
Pronto Don José, recibió la visita de varios padres en busca del compromiso para sus hijos, la jovencita sin poder opinar de su destino, sollozaba en silencio en su recamara cada que alguno de esos señores llegaba a la casa. Todas las tardes acostumbraba salir a caminar y es donde aprovechaba a verse con Juan, pasaban casi una hora haciendo planes de cuando se casaran. Ella no le había dicho sobre los planes de su padre, ocultó durante varios días las visitas de los señores que llegaban a su casa. Juan se esforzaba por ahorrar las mesadas que su padre le daba y al mismo tiempo hablaba con el, para decirle lo enamorado que estaba de Manuela. Don Juan de Lucio estaba emocionado como el, ya que era su hijo mayor, su sueño era tener muchos nietos. Pasaron los días, la pareja cada vez más unida y enamorada. Cierta tarde acude a cerrar el trato de matrimonio un señor hacendado de otras tierras cercanas. Don José estaba muy contento de que su hija subiría de nivel social y además crecerían los negocios de la familia. Los jovencitos esa tarde, hacen planes de casamiento. Cuando regresa Manuela, su padre ya la esperaba para confirmarle de su compromiso. La joven con fuerte ímpetu le reclama a su padre porque quiere casarla con alguien que no ama y confiesa que ella amaba a Juan de Lucio. El le contesta que no permitirá que se case con Juan, porque era campesino. Le dice que debe casarse con alguien de su mismo nivel o en este caso subir, que el lo hacía por su bien. Manuela sale corriendo para encerrarse en su recamara, estaba dispuesta a defender su amor por Juan, nada se lo impediría. Si era preciso huiría con el hacia otro lado, aunque eso implicara abandonar a su madre y hermanas. Al otro día habla con la sirvienta Hilda, una mujer ya de muchas canas, quien le aconseja que mejor se case en secreto, que una vez que lo hagan, su padre no podrá hacer nada y tendrá que aprobar el matrimonio. Esa tarde le cuenta a Juan todo lo que había estado ocultando, sobre los planes de su padre de casarla con un adinerado. Juan al saberlo se angustia al pensar que la mujer que ama, no podrá ser de el. Le platica, lo que esa mañana le había aconsejado Hilda y sin dudarlo, el acepta llevar acabo el plan. En pocos días buscan al cura de la cabecera, quien era un romántico empedernido que veía cada domingo en las misas, familias desdichadas por falta de amor entre las parejas. Acepta casarlos poniendo fecha el 31 de octubre, iría a celebrar la boda en la capilla que se encontraba en la Hacienda abandonada muy cerca del rancho de ambos contrayentes, para que nadie los viera. Hilda recibe de manos de Manuela el dinero, para comprar un vestido sencillo de novia en la cabecera municipal.
Faltaba un día para la boda, tenia que hacerse rápido. Al probarse el vestido, el reflejo en el espejo mostraba una novia feliz y desbordantemente bella. Manuela le pide a Hilda que lo lleve a la Hacienda abandonada y lo esconda. Por la tarde cuando se vuelven a encontrar se prometen amor eterno y caminan hacia la Hacienda abandonada, juntos limpian la capilla y Juan le dice que por la mañana llevara unas flores, para arreglar el pequeño altar que habían improvisado. Manuela se va feliz, despidiéndose de su amor con un profundo beso, se abrazaron largo rato y ella lo veía como queriendo beberse su rostro, lo tocaba con esa delicadeza como para aprenderse bien el mapa de su cara y lo volvía a besar. Juan hizo lo mismo, deleitándose al oler su piel del cuello con la esencia floral que usaba cada tarde, olía a jazmín. El pañuelo que le había regalado lo guardaba cerca de su cama y cada noche antes de dormirse lo sacaba para impregnarse de su olor, para llevarse a sus sueños la promesa eterna de que ella sería suya. Se fueron a sus casas con el corazón desbocado y llenos de felicidad.
Sabían que mañana se encontrarían, para no volverse a separar más. La mañana del 31 de octubre amaneció con un vientecito fresco y el cielo despejado, sus padres y los abuelos siempre decían que el cielo se abría en esa fecha, para que los fieles difuntos comenzaran a bajar, a estar dos días con sus familias, por ello preparaban el altar de sus santos con las fotografías de sus muertos y colocaban flores frescas, frutas, panes de muerto, dulces, cervezas, veladoras por cada uno de ellos y les rezaban. Manuela con sus dos hermanas, siempre ayudaban a Hilda a adornar el altar. Eran las cuatro de la tarde cuando Manuela decide ir a ver a su madre, la abrazó fuerte y le dio un beso. Su madre al verla, le dio un vuelco su corazón, pero no le tomo importancia ya que por esas fechas se ponía particularmente triste por sus padres muertos. Manuela abraza a sus hermanas y también las besa como despidiéndose. Hilda ya le tenía listo el itacate que se llevarían por que por tres días estarían escondidos hasta que las familias aceptaran el casamiento. Hilda y el Cura serían los portadores de la noticia. Sale del rancho de su padre, con pasos decididos y convencida que va rumbo a su felicidad.
Llega justo antes de la hora para colocarse el vestido, arreglarse y ponerse bonita para su Juan. Encuentra el altar viejo ya arreglado con flores de Cempasúchil, tulipanes rosados y flores de jazmín del jardín de Juan. Había esparcido pétalos de Cempasúchil y de rosas blancas como alfombra donde caminaría la novia hasta el altar. Ella termino de arreglarse y se sentó en una enorme roca que estaba afuera de la hacienda, a esperar a su amado. En la cabecera municipal, el cura había anotado los nombres en el libro de registro de casamientos. Con el trabajaba la hermana del futuro esposo de Manuela, el hombre con quien su padre deseaba casarla. La señora al ver los nombres se sorprende, puesto que esa chica ya estaba comprometida con su sobrino, se da cuenta que era ese mismo día por la tarde la hora de la celebración y corre hasta la casa de su hermano para contarle lo que había leído. Don Abenamar se siente defraudado, con gran enojo toma su escopeta y sube a su caballo. Llega al rancho unos minutos después de que Manuela había salido para su boda. El señor pide hablar con Don José, le informa de lo que se había enterado y es así como entre varios, comienzan a buscar a Manuela, sin encontrarla en el rancho. Inician la búsqueda para impedir la boda. La redada comienza sin éxito, hasta que uno de los trabajadores le dice a Don José que siempre veía a Manuela rondar por la vieja Hacienda. Encaminan la búsqueda hacia esa zona.
Manuela para esa hora ya estaba sentada esperando a Juan, sin embargo, escucha a lo lejos el sonido de los caballos y decide esconderse. Busca por todos lados, pero ve que no hay un lugar donde no pueda ser vista, al ir corriendo tropieza con una tabla sobre el piso que cubría lo que parecía ser una entrada. Levanta la tabla y ve que hay unos escalones llenos de hojas, sin pararse a revisar, se mete en el hueco y cierra la tabla pesada cubierta de hojas. Lo último que escucho fueron voces que gritaban su nombre “Manuelaaaa, donde estas”. Su cuerpo sintió un enorme calor, sus pies habían sido pinchados por un alfiler varias veces, cayó en un vértigo profundo. Juan acababa de llegar, al ver la vieja Hacienda llena de gente, supo de inmediato que los habían descubierto. Se acercó caminando y Don José al verlo lo encaró para preguntarle por su hija. Juan le contesta que no estaba con él, que habían quedado de verse ahí. El cura también arribo al lugar, para descubrir que Manuela había desaparecido. No la encuentran. Culpan a Juan de todo, el pobre se paso días buscándola. Por ese tiempo entraban grupos de hombres armados al municipio, que acostumbraban robarse a las mujeres, por lo que al no encontrarla todos piensan que se la habían robado. Vigilaron más de un mes la casa de Juan pensando que el la tenia escondida, pero nada. El joven sufría por no saber nada de ella, cada tarde paseaba por el lugar donde se encontrarían, llevando siempre el pañuelo. Una de esas tardes, tropieza con la tabla y cae aun costado. Al levantar observa que una de ellas se quebró y deja al descubierto el hoyo que existía. La levanta, para ver que es un nido de víboras, alcanza a vislumbrar al fondo, lo que parece ser un vestido blanco de mujer. El olor es insoportable, va por una vara de árbol, para mover a las víboras y tratar de ver más claro el fondo. Su cuerpo ya iba tembloroso, su corazón debilitado y presuroso comienza a mover a los animales que se encontraban ahí. En efecto ve que es el cuerpo de Manuela que yacía en el fondo o lo que quedaba de su cuerpo. Sale corriendo al rancho de Don José, para avisarles y juntos regresan al lugar. Juan desde hacia tres meses que apenas comía, sus ilusiones por la vida se habían ido con Manuela, por lo que, al verla ahí tirada con su vestido de novia, su cuerpo suda frío y se desmaya. Don José lo levanta y ordena a uno de sus trabajadores llevarlo a su casa. Matan a las víboras venenosas para sacar el cuerpo de Manuela ya descompuesto. Le dan cristiana sepultura. Juan no pudo aguantar seguir viviendo aquí, decide irse a vivir a otro lado, tan lejos como fuera posible. Según cuentan que se fue pal’ norte. Es así como terminó la historia de amor de estos jovencitos, por lo que según los abuelos es el alma de Manuela que aún espera a Juan y por estas fechas aparece cada año” –termina el relato Martina–.
–Que triste historia doña Martina, si no fuera porque soy hombrecito ya me hubiera puesto a llorar–Contesta Luis.
–Si mamá, ahora entiendo porque anda busca y busca a Juan, no sabe que esta muerta, ella piensa que aun sigue viva. Porque nos hablo con tal naturalidad, sin darse cuenta que ya esta muerta y que es un espíritu–dijo Jorge.
–Así es hijitos, por eso los caballos no se espantaron porque es un espíritu bueno, si hubiera sido del demonio, no los abrían podido controlar, hubieran salido despavoridos.
Bueno eso contaban mis abuelos, que hay espíritus buenos y malos. Solo Dios sabe, si esto es verdad, lo que si se es que seguirá penando. Vamos mejor a dormir. Ven porque no deben venirse tan tarde para la casa.
–Si Doña Martina, le prometemos que antes de las once regresaremos a partir de ahora. Aunque sea buena, no me la quiero volver a encontrar. –prometió Luis.
–Te lo prometo madre, aquí estaré temprano de ahora en adelante–ofreció Jorge.
Esa tarde cuando murió Manuela, salió de su escondite, vio a cada uno pasar y por más que los tocaba no podía. La luz del cielo llego hasta ella invitándola a subir, al ir subiendo se encontraba a varios espíritus que bajaban por ser los Días de Muertos, por lo que decide quedarse, para buscar a Juan. Lo miraba llegar ahí para buscarla por mucho tiempo. Se aferraba a pensar que un día la vería ahí parada a su lado, tocándole la cara, deleitándose de verlo, más nunca sucedió, hasta que su Juan dejo de llegar. Lo busco en su casa y Juan ya no estaba. Cuando la luz del cielo la volvió a invitar para subir, eligió quedarse a vivir ahí en esa Hacienda abandonada. Deambulo cada día por los alrededores, sin encontrarlo. Al no aceptar que estaba muerta, no espantaba a nadie. Manuela convirtió a la vieja Hacienda abandonada en leyenda, donde cuentan que cada año se le ve por estas fechas, buscando a su amor perdido, algunos la han visto sentada sobre la piedra grande con su vestido de novia y peinándose el cabello con sus dedos. Otras veces hablando con los jóvenes como Jorge y Luis, preguntándoles siempre por su gran amor: Juan.
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