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  • VANESSA TRACONIS QUEVEDO

La obesidad, del romanticismo de la aceptación a un problema de salud pública.


Los Derechos Humanos son el conjunto de prerrogativas sustentadas en la dignidad humana, cuya realización efectiva resulta indispensable para el desarrollo integral de la persona. En esta lucha constante se revela un modismo “La gordofobia” qué es el término que se da a la discriminación que viven las personas gordas por el hecho de serlo. Esto es un fenómeno socio cultural, económico y político, que está cargado de prejuicios valorativos, incitadores de odio contra los cuerpos que no entran dentro de los cánones corporales normativos, pero que nos revela un problema de salud que reducirá de acuerdo con las proyecciones de la WOF (World Obesity Federation) la esperanza de vida de los mexicanos en más de 4 años durante los próximos 30 años, ya que el sobrepeso y la obesidad afectan aproximadamente a más del 75% de las personas adultas, y al 35.6% de la población infantil; cifras que nos ubican como primer lugar a nivel mundial en obesidad infantil, y el segundo en adultos, superados únicamente por los EE. UU. Además, 34% de las personas viviendo con ella sufren obesidad mórbida que es el mayor grado; lo más trágico es el crecimiento de la adiposidad infantil, la cual se ha duplicado y se espera que aumente en un 60% en la próxima década, alcanzando los 250 millones en 2030 a nivel mundial, sin pasar por alto que es uno de los factores de riesgo más señalados para el desarrollo potencial de enfermedades no transmisibles graves.

Lo anterior sin duda es algo que no debe ser permitido, la discriminación en todos los sentidos es nociva y perpetúa la desigualdad. Todos tenemos derecho a ser tratados por igual, con independencia a nuestras condiciones socioeconómicas, culturales de raza, religiosas, etc., pero aquí entra en la controversia cuando debe ser defendible lo indefendible.

La obesidad no solo es un problema de discriminación, es un verdadero problema de salud pública, que no debemos perder de vista en el romanticismo de decir: «me acepto como soy»; esta frase nos está llevando a aceptar un problema que incrementa el riesgo de la morbi-mortalidad en nuestro país, la evidencia epidemiológica demuestra que no solo afecta la salud física y mental del paciente, sino que abre la puerta a otras enfermedades por ser un factor de riesgo para más de 20 condiciones crónicas como diabetes, hipertensión, dislipidemia, enfermedades cardiacas, apnea del sueño, más de 19 tipos de cáncer para mujeres y 16 para hombres; y ahora COVID-19, entre muchas otras; sin dejar a un lado la salud mental desarrollando condiciones patológicas como depresión clínica, ansiedad y otros trastornos mentales alimenticios, por mencionar algunas; y sin dejar a un lado las implicaciones económicas que le genera al paciente por sus condiciones físicas y la dependencia a un sistema sanitario público del cual hemos hablado en columnas anteriores.


A pesar de ser un problema evidente, los esfuerzos realizados tanto a nivel mundial como en nuestro país no han logrado frenar esta pandemia no contagiosa, que anualmente, deteriora la salud y disminuye la calidad y expectativa de vida de millones de mexicanos, particularmente aquellos pertenecientes a los niveles socioeconómicos más desfavorecidos.; estos últimos, muchas veces de manera forzada, mantienen hábitos alimentarios de pésima calidad, caracterizados por un alto consumo de hidratos de carbono (carbohidratos) y grasas trans, una insuficiente ingesta de frutas y verduras, además de no realizar ejercicio de manera regular. Ante ello, es prioritario abordar con urgencia y determinación esta crisis de salud pública, convocando a todos los sectores involucrados; profesionales de la salud, responsables políticos y sociedad en general, para intercambiar perspectivas, implementar nuevas políticas públicas, fomentar hábitos saludables y promover la toma de decisiones asertivas respecto a la nutrición diaria, mejorando así la conciencia colectiva, ademas de dar prioridad en sus agendas a la búsqueda, el diseño y la implementación de acciones efectivas para combatir el exceso de peso en la población, tomen las acciones fiscales necesarias para inhibir el consumo de bebidas y alimentos con altos contenidos de calorías y grasas trans, eliminen su presencia en las tiendas de los colegios estatales, faciliten a la población el acceso al consumo de frutas y verduras, e incentiven a las personas a realizar ejercicio.

Debemos tener en cuenta que la obesidad no es un problema de la aceptación del cuerpo, sino del conjunto de problemáticas sociales que llevan a desencadenar a un problema de salud desde lo individual, como lo familiar, hasta llegar a la salud global en el país y el mundo. Comprender el papel de la obesidad en nuestros tiempos debería ser una prioridad de salud pública, dada la alta prevalencia de esta condición en México, esto implica que debemos abordar el problema como una estrategia de salud pública en la que debe primar la prevención y la educación. Y es especialmente en el ambiente doméstico y en las primeras etapas de vida donde se desarrolla la promoción de los buenos hábitos de salud.Comentarios: direccion@rsalud.com.mx

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