LEYENDA POPULAR: El Cadejo Turulo
AUTORA: Guisella Toro
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Era casi media noche de un día del mes de Diciembre, por los años 50´s del siglo XX. El aire era muy húmedo por la reciente lluvia de la tarde, provocaba un sofoco de calor y frescura, emanando un fuerte olor a azufre. La calle principal estaba apenas alumbrada por una lampara amarilla cada dos cuadras. Los chismes de boca en boca era muy característico de ese lugar enclavado en la zona costa chiapaneca. Dos semanas de grandes rumores por todo el pueblo, anunciaban la aparición de un ser descomunal, una especie entre perro y lobo, con los ojos color amarillos o rojos que brillaban aún más en la oscuridad. Era el rumor en el mercado, en la plaza, en los barrios y hasta en las cantinas instaladas cerca de la Estación de Ferrocarril. Nadie salía de sus casas, cuando se acercaba la media noche. Después del último tren de las once de la noche, las vendedoras de tamales, café y chocolate, corrían levantando sus cosas para irse antes de que la media noche las alcanzara.
Cierta noche un maquinista y un mecánico ferrocarrilero se habían quedado arreglando una locomotora parada, salieron ya tarde juntos de la estación. Iban platicando para amenizar el trayecto, ambos vivían en el Barrio San Francisco de ese pueblo, mismo que se encontraba pasando la estación de ferrocarril. Se habían olvidado de los rumores, es más uno de ellos no creía en tales apariciones por lo que solía burlarse de quienes ya lo habían visto. Al llegar a la esquina del árbol del tamarindo, donde solían sentarse a “sombrear” sobre la piedra grande que estaba pegada al tronco del árbol, inhalan un olor a azufre, muchos decían que el olor era por las aguas negras del canal que estaba sobre la ultima calle de la cinta, pero en esta ocasión el olor era demasiado penetrante. De pronto un escalofrío recorre el cuerpo de cada uno:
–¿Compadre sientes ese olor? –preguntó uno de ellos–
–Si, es insoportable… ¿No es que te echaste uno de esos “pedos” que te avientas para correr a todos compadre? Jajajaja, ¡Me hubieras avisado pinche cabrón!… Y no sé si es mi imaginación, pero tengo frío, se siente como muy fresco aquí ¿tu lo sientes también?–Pregunto Beto “el Gallo”, que era su nombre, a Lico Grajales su compadre.
–No compadre yo no fui, verdad de Dios, a mí también me dio frío y… ¡Al chile compadre! Tengo escalofrío, no sé porque –Contestó Lico Grajales–. Siguieron caminando sobre la acera donde estaban sus casas en el camino de lado izquierdo. Al cruzar para tomar el camino, de los matorrales sale una especie de perro grande y con ojos brillantes entre color amarillo rojizos, gruñendo con la intención de aventarseles. Beto que venia atrás de Lico, inmediatamente se desabrocha el cinturón de cuero grueso con hebilla de plata, lo extrae de las cintas del pantalón, para con el tirarle un cinturonazo al animal. Sin pensarlo dos veces se miraron, pasando por sus mentes en cuestión de milésimas de segundos “la aparición del animal desconocido” y echaron a correr.
–Corre, compadre…Corre, yo aquí con el cinturón le doy un chingadazo si se acerca –Don Lico ve sobre el camino empedrado, una piedra lo suficientemente grande, que levanta como puede para también aventarsela al animal que los venia siguiendo. Con ello, el animal se asusta y se queda parado para esconderse en uno de los arbustos pequeños sembrados a la orilla del canal. Finalmente ambos vecinos llegan a sus casas, que se encontraban a media cuadra de la esquina, se esperan a que les abran protegiéndose de que no llegara el animal, hasta que les abrieron. Al otro día, ellos fueron quienes personalmente comenzaron a contar el suceso raro que habían vivido. Este acontecimiento corrió como pólvora por todo el pueblo de Tonalá.
Leonel era el nombre del joven que vivió la segunda historia. Cada fin de semana asistía al Parque Central Esperanza a escuchar la música de marimba y los conjuntos de orquesta que llegaban para alegrar a ese pueblo. Después de una semana de arduo trabajo en la Talabartería de su padre, le gustaba ir a bailar danzón, chachachá y tango. Estaba de moda la música de Perez Prado, la orquesta local de Don Carlos Tejada, La música de Tango cantada por Gardel entre otras. Se vestía con sus mejores galas, su delgadez e imagen era siempre comparada con Agustin Lara, blanco de piel, de cabello negro lacio que al peinarse dejaba su cabello pegado a la cabeza con un copete levantado sobre el lado derecho de su cabeza, peinado que hacía gracias a la vaselina que en ese tiempo era el último grito de la moda. Era de origen Oaxaqueño, su familia completa había llegado a vivir en el próspero pueblo de Tonalá. Hablaban los dos idiomas, pero mas fuertemente el Zapoteco. Unicamente había estudiado el primero de primaria, ya que en su escuela nadie hablaba el zapoteco, para explicarle la traducción al español, por lo que se le dificultaba entender la enseñanza. Él y su hermano Jesús, eran los encargados de ir por los cueros a los ranchos cercanos, para las monturas y calzados que fabricaba su padre. Los recogían y transportaban sobre el lomo de una burrita hasta la Talabartería. Por estas razones la escuela no era su favorita. A esa edad prefería irse al rio Zanatenco, donde muchas veces con su hermano Jesús, jugaban competencias de clavados y buceaban, era un nadador nato. El río Zanatenco era tan caudaloso que daba miedo, su agua era cristalina y fresca que se podía tomar, a la orilla de su cause habían grandes arboles de Nambimbo, Nanchi, Caspirol, Amate, Noni, entre otros. Leonel nunca pudo avanzar, solo aprendió a leer, escribir y hacer cuentas. La educación familiar era muy estricta, usando muchas veces el cinturón o la escoba, como método correccional. Fue una época donde los padres por escuela ejercían la mano dura, ya que ellos fueron educados así. En una ocasión sus amigos lo impulsaron
a participar en el Concurso de Danzón, resultando ganador con su pareja de baile. Hazaña que contaría muy orgulloso a sus hijos muchos años después, por haberlo logrado y ser reconocido como uno de los mejores bailarines de su época. Con la moneda de un peso que su padre le daba cada semana, compraba una gaseosa y una torta; o ahorraba dos fines de semana para meterse al cine a ver las películas de estreno del cine de oro mexicano. Pedro infante, en Nosotros los pobres; Mario Moreno “Cantiflas”, en el Profesor; Maria Felix, en la Generala; sus grandes actores que recordaría treinta años después sentado en el sillón de la sala de su casa, cuando volvió a verlas en la televisión por el canal de las estrellas. Siempre relataba a su hija pequeña, todo lo que a su memoria llegaba de aquella primera vez que las vio en la pantalla grande, en su estreno en el Cine La Rosa. Ahí en ese Parque Esperanza conocería a su viejita, con la que estuvo casado treinta y tres años de su vida, con “todas las leyes” como el decía. Hasta que la muerte los separó, primero ella y dos años después se fue siguiéndola.
La única diversión en ese pueblo creciente de Tonalá, era ir a escuchar música y bailar al Parque central Esperanza; entrar al cine La Rosa a ver películas de estreno y por supuesto enamorar a las jovencitas casamenteras para después “matrimoniarse”. Esa noche los dos amigos que vivían por la casa de Leonel no habían ido a “Dominguear”. Las once de la noche había anunciado el reloj de la Presidencia municipal, por lo que decidieron encaminarse hacia la calle de la cinta, se fueron platicando sobre lo guapas que estaban las chicas con las que habían bailado. Al llegar a la tercera cuadra, uno de ellos se despide y dobla hacia su casa que se encontraba a cuadra y media. Siguen caminando, riéndose y platicando anécdotas, al llegar a la quinta cuadra dos compañeros más se despiden y a partir de ahí Leonel caminaría solo. Le esperaban dos cuadras sin luz, solo el faro de la luna seria su compañera. Llegó a la sexta esquina, cuando se encuentra de golpe un perro canelo todo ensangrentado, casi moribundo, con uno de sus ojos salido que colgaba de su cara. Se arrastraba con miedo y dolor, sus patas no respondían, seguramente por estar alguna de ellas, sino es que dos o tres, quebradas. Era tanto su dolor, que aullaba y pasó sin ver al joven de la esquina. El miedo se apoderó de él, sin dudarlo comenzó a correr y a rezar, si es que quería salir vivo de aquella noche espeluznante que estaba viviendo. Las pequeñas aves que dormían sobre las ramas de los arboles sembrados a lo largo de las calles, también salían volando despavoridas. Los gatos sobre los tejados de las casas también corrían maullando llenos de miedo. Al llegar a la calle Joaquin Miguel Gutiérrez, una de las esquinas alumbradas, ve a lo lejos un grupo de perros aullando y en franca pelea. Se
detiene por unos segundos, todos estaban sobre uno solo, por lo que decide recoger una piedra y aventárselas para tratar de ayudar al perro que tenían abajo. No lo dejaron y decide ya no hacerles caso para seguir corriendo hacia su casa. Al pasar la penúltima cuadra antes de las vías del ferrocarril, es rebasado por cinco perros despavoridos, sin pararse a verlo, huyendo de algo con desesperación. Leonel les grita, como queriendo sentirse protegido por los animales ¡Al menos! ¿Pero en que le iban a ayudar? Si ellos necesitaban más ayuda que el.
-¿Que hay? ¿Para dónde van, jijos de su madre, porque la prisa? Los perros ni lo voltearon a ver, solo querían huir.
Siguió corriendo, al llegar a la cuadra de las Vías del ferrocarril, la oscuridad fue combatida por el foco enorme colocado en lo alto de la torre de comunicación de la Estación. Su luz amarilla, era tenue, pero suficiente para sentirse un poco a salvo, ya con eso le faltaba una sola cuadra. Cruzó las vías brincando, pero al llegar al árbol de Tamarindo que estaba en la esquina, su cuerpo se destempló y el escalofrío se apoderó de el; voltea a ver hacia atrás sobre la esquina que había pasado y observa parado ahí una especie de perro enorme caminando lentamente hacia él, era más grande que un becerro recién nacido, tan robusto y musculoso como nunca había conocido tal tamaño. Sus ojos brillaban de un color amarillo naranja, como si sacara fuego de ellos. Se quedo paralizado por unos segundos, pero su miedo también le impulso a correr, corrió y corrió por ese pedazo de calle. La ultima cuadra de la calle de la cinta estaba dividida por un canal donde desembocaban las aguas negras del centro del pueblo, por lo que para pasar de un lado a otro de las aceras, se colocaban unos troncos de madera cubiertos de chapapote que los ferrocarrileros llamaban durmientes, donde con gran equilibrio las personas cruzaban de acera a acera. En toda esa cuadra vivían familias de ferrocarrileros. Sin darse cuenta por el miedo, eligió la acera contraria a la de su casa, tendría que pasar con sumo equilibrio sobre el durmiente para poder cruzar. Llego casi a la esquina, con el corazón desbocado, subió al próximo durmiente de madera, cómo pudo atravesó corriendo casi a punto de caer en las aguas negras, alcanzando a llegar a la acera de su casa. El gruñido le avisaba que seguía persiguiendolo. Siguió corriendo los últimos diez metros y por fin llego a su destino, tocando con mucha fuerza la puerta de madera de su casa. Nadie le abría, tocaba y tocaba, pero no le habrían.
–Abran, por favor abran.- dijo con voz temblorosa y llena de desesperación. Gritaba con desgarro, sin tener respuesta. Atrás de el caminaba acercándose cada vez más ese animal en la oscuridad. ¿Que era?
–Abranme, por favor, Soy Leonel padre…-Seguía gritando y tocando sin respuesta-.
El gruñido del animal le anunció que estaba atrás. Sin querer voltear del todo, por el rabillo del ojo izquierdo lo confirma. El brillo de los ojos del animal era tan fuerte que parecían dos faros iluminando la noche, el hedor de su cuerpo transpiraba azufre, su estatura del tamaño de un becerro peludo negro y sus orejas puntiagudas estaban bien levantadas. La puerta de madera era tan gruesa, que el sonido de la calle no entraba y menos cuando se tocaba con las manos. Era tal su desesperación que los nudillos de su mano comenzaron a sangrar, de tanto golpear la puerta. Leonel rezaba a toda la corte celestial “Jesús mío protégeme, Virgen de Guadalupe Socorreme, Angel de mi Guardia cúbreme con tus alas…Padre Nuestro que estas en los cielos..”. Los segundos parecieron horas. El animal seguía atrás de el. De pronto, el sonido del trote de un caballo se escucha a lo lejos, el joven que había decidido cerrar los ojos para no ver más a ese animal, siente un halo de esperanza. Alguien estaba por pasar sobre esa calle solitaria. Abre los ojos temeroso, buscando el sonido. A lo lejos ve un hombre ensombrerado sobre un caballo y lo acompañaba un perro. Al no ver respuesta de su familia, se arma de valor y decide correr hasta donde estaba el señor del caballo.
–¡Señor, señor, ayudeme por favor! –grito angustiado al desconocido– Ese animal me persigue, ya revolcó a varios perros ¡Ayudeme, por favor! –El señor jalo el cordel del caballo, para acercarse más rápido al joven que gritaba. El animal no lo siguió–.
–Hijo ¿Qué haces afuera a estas horas? No debes andar solo. Mira se quedo parado en la esquina donde estabas, ya lo vi esta escondido. Lo divise desde cien metros atrás, es imposible no verlo, sus ojos brillan muy fuerte. Es el animal que dicen que se esta apareciendo aquí en el pueblo ¿verdad? -Pregunto el señor a Leonel- No debes andar solito a estas horas de la noche. Ven subete al caballo –Le dio la mano y de un tirón lo subió al lomo del caballo. El perro que lo acompañaba ladraba hacia la esquina, sin avanzar, se quedo paralizado de miedo–.
–Nunca ando solo, pero hoy mis amigos que viven también en este barrio no fueron a bailar, no me avisaron. Así que regrese solo, para encontrarme con esto. Si, es el animal de las apariciones, es del otro mundo señor, huele muy feo y me dio mucho miedo. Su tamaño es como el de un becerro. –Exclamó Leonel cansado y tartamudeando–.
–Hijo vámonos de aquí, no debemos tentar más al diablo. Mira a mi chucho, ya ni caminar quiere. Vamos, haremos tiempo en la casa de mi comadre María Cruz y después yo mismo te traeré. ¿Eres hijo de Don Juan, verdad? Yo soy Caralampio.
–Si, señor. Soy Leonel. Necesito algo para que me vuelva el alma al cuerpo, me tiembla todo. Te-e-e-engo frío-o-o ¡Vámonos de aquí, por favor! –Suplicó temblando y tiritando de frío Leonel al Señor–.
Llegaron a casa de la comadre de Don Caralampio. El verlos la señora inmediatamente fue a cortar hojas de gordoncillo con albahaca sembrados en su patio y con el agua ardiente que siempre guardaba bajo la mesa del altar de santitos, le pego su buena rameada casi a golpes, para regresarle el espíritu al cuerpo, también le paso un huevo para que se le fuera el susto. Cuando terminó con él le dio a tomar un poco de tequila y puso a hervir agua para darles café con pan. Decían que el bolillo también ayudaba para el susto. La señora que conocía de limpias y de curas, les dijo con ese tono de sabiduría ancestral que tienen guardados por años y que fue transmitido en su enseñanza espiritual:
–Soy Maria Cruz. Hay hijito, Dios estaba contigo. Supongo que rezabas, de no ser así, ese animal te hubiera dado tu buena revolcada, ademas de llevarse tu alma. Esa esclava de plata que tienes en el brazo, también te ayudó, la plata es un metal al que le tienen miedo. Si no es por esas dos cosas, no lo estuvieras contando, ya estarías muerto. Que bueno que rezaste. Eso que viste es un chaman, o un brujo que vino a este pueblo, supongo que llego con las familias nuevas que han arribado a este lugar. O esta en preparación o ya tiene la conversión concedida. Son seres malos y perversos, ni yo puedo combatirlos, son personas que pagan con almas por la inmortalidad, pero la reciben no como humanos, la reciben en forma de animales, y son el animal o el nahual que les otorguen. Es el Cadejo, aquí no había. Gracias a Dios que estas bien.
–Si, estoy bien señora, muchas gracias por la limpia. Ya se me quitó el escalofrío y el temblor del cuerpo. – Sin embargo, el joven no puede más y rompe en llanto. Lloró tanto que María Cruz y Caralampio, pensaron que nunca iba a parar de hacerlo. Les dio una cobija para cada uno y les dijo que se quedaran a dormir, que no era bueno que regresaran ya de madrugada, porque muy probablemente ese animal andaría buscando almas para llevarse–.
Al otro día, acompañaron a Leonel a su casa, le relataron a Don Juan lo ocurrido. Al ver a su joven hijo todo pálido, le dijo condescendiente que se fuera a descansar. El joven durmió por tres días seguidos, como si con el sueño limpiara lo que su alma y cuerpo habían vivido. Por muchos días anduvo como ido, al grado que decidió no ir por un tiempo a la plaza central. Con los años lo olvidaría y al pasar de los días, se encontraría con mas personas que vivieron lo mismo, excepto cuando escuchó la historia de un señor que no la libró y el famoso Cadejo como le llamaban, le había dado su revolcada, llevandose su alma, lo encontraron una mañana muerto, con mordeduras alrededor del cuello y sin corazón. Esta seria una más de las historias fantásticas que en ese pueblo costeño, se contarían de generación de generación.
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