Manu, el nuevo inmortal
- AGENCIAS
- 11 sept 2022
- 2 Min. de lectura
Manu Ginóbili, el atleta perfecto, el caballero ilustre del juego, interrumpe su discurso sólido en inglés y aclara que lo que viene, lo que dirá ahora, será en castellano. Las más de 1500 personas presentes en el Simphony Hall hacen silencio. Hay personalidades de todo el mundo: periodistas, entrenadores, jugadores del máximo nivel mundial. Ginóbili es el último en hablar, el plato fuerte de la Clase 2022. La ceremonia de etiqueta incluye un comienzo de alfombra roja: estamos en los Oscar del básquetbol y así lo entiende el mundo. Esto no es para cualquiera. De Jerry West, Reggie Miller, Isaiah Thomas, Tony Parker y Tim Duncan -presentador de Ginóbili-, a Luis Scola, Andrés Nocioni, Fabricio Oberto y Pepe Sánchez, entre otros.

El mundo del básquetbol, apretado en un puño, se concentra entonces en lo que Manu está a punto de decir. "Sepo, Lea, mis hermanos, gracias por aclararme el camino. Yo quería ser como ustedes. Papá, mi primer y más grande seguidor, ¡cómo me hubiese gustado que estuvieras acá y puedas entender lo que está pasando hoy! Te extraño mucho, viejito", dice Emanuel y se quiebra en un llanto que recorre el mundo.
Ahora, los que sonreían, los que aplaudían fuerte, no pueden contener las lágrimas. Leandro, el más grande de los hermanos, el de los chistes, llora como un niño. Lo mismo pasa con Huevo Sánchez, su primer entrenador y amigo de la familia. Sus amigos de la Generación Dorada. Many, su mujer. Los fans que hablan en inglés y los que hablan en castellano. Los de San Antonio y los de Argentina. Y yo estoy llorando también mientras escribo estas líneas. Porque en este momento, Yuyo, Gino, Jorge, el motor de Bahiense del Norte, es un viaje en el tiempo que transporta a Emanuel al primitivismo del juego. Ya no es Ginóbili, vuelve a ser Manu por unos segundos. El chico que lloraba porque no crecía, que parecía que no iba a ser pero que terminó siendo el más grande de todos los tiempos. Regresa Manu entonces a la primera vez que tocó una pelota de básquetbol, cuando el Salón de la Fama ni siquiera era un sueño. Cuando la NBA era un póster de Michael Jordan pegado en la habitación. Jugar para divertirse, para hacer amigos, para construir equipos.
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