Nadie se vuelve retorcido repentinamente
VÍCTOR CORCOBA HERRERO
Ante una situación mundial, donde predomina un hálito tenso, violento y desesperado, autodestructivo e injusto, es menester llevar a buen término, una reflexión profunda y reivindicativa por parte de todos, a fin de poder trabajar unidos, con disposición siempre al diálogo sincero y a la consideración de toda existencia humana. No podemos continuar por este camino de padecimientos, que aparte de degradarnos humanamente, nos tortura en cualquier parte del planeta, dejándonos una huella tremenda de angustias y miedos. Desde luego, hace tiempo que se advierte una decadencia cultural y moral, que verdaderamente nos deja sin palabras. Sólo hay que ver la riada de conflictos que nos sorprenden cada amanecer. Está bien movilizarnos, con vistas a confirmar un cambio de rumbo, a dejarnos oír, pero hagámoslo de manera pacífica, no nos pongamos a la altura de lo que predican esas tendencias ideológicas vengativas, que manipulan las acciones, adoctrinando a su antojo nuestra propia vida. Ha llegado el momento, por tanto, de activar la responsabilidad, cada cual desde su morada, para que cese esta incertidumbre que tanto nos desilusiona. Quizás tengamos que prestar más atención unos a otros, activar el respeto en todo momento, no repelernos, utilizar otras acciones menos intransigentes, pues lo importante tampoco es luchar contra los individuos, sino contra la estupidez del mal que inspira sus actuaciones.
¡Qué duros estos aconteceres! El dolor en el mundo se acrecienta, precisamente, por esa falta de coherencia reconciliadora de algunas personas insaciables y sin principios.
Determinados poderes, además, suelen lavarse las manos como Pilatos y no hacen justicia, pensando más en sus intereses, o si quieren, en la ley de la fuerza que en la fuerza de la ley.
Junto a este espíritu impune, hay un impulso corrupto mundializado que nos deja sin palabras. A propósito, puede ser un buen referente que la corrupción esté reconocida en el Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea (TFUE) como una de las “áreas de delitos particularmente graves con una dimensión transfronteriza”. Desde luego, los casos ilícitos de alto perfil en los últimos años han demostrado el daño potencial que la podredumbre puede causar a la reputación del deporte, la política o los agentes económicos, por su integridad y juego limpio. Por otra parte, cuesta entender que retrocedamos en el cumplimiento de los derechos humanos, que es lo que realmente nos garantiza una vida digna entre todos los moradores, ya sean de Oriente a Occidente, del Norte o del Sur, del Este o del Oeste. Ante estos bochornosos contextos, hay que levantar la voz y pedir compromisos a los que nos impiden caminar libremente. No estamos llamados al sufrimiento, sino a una existencia en quietud, que nos permita liberarnos de todo aquello que nos pesa e impide caminar con buen hacer. Tenemos que superar todo este aluvión de maldades si en verdad queremos vivir. Nadie se vuelve retorcido repentinamente.
Junto a esta atmosfera de contrariedades que no merecemos aceptar, pues la omisión del bien no es menos culpable que la comisión del mal, hay un sector de pobreza laboral, de mala calidad del trabajo y de persistentes desigualdades en el mercado ocupacional que continúan siendo alarmantes, generando un clima de preocupaciones que son ciertamente frustrantes. Cuando tanto hablamos de mejorar en la eficiencia de los sistemas de protección social, resulta que todo queda en palabras, los hechos están ahí: cada día más personas se mueren desconsoladas en su tristeza; y, lo que es peor, horrendamente solas. Al respecto, no hace mucho tiempo Naciones Unidas mostraba su preocupación por un modelo de “estado de bienestar digital”, cuestión que va dejando la política social en manos de fríos algoritmos. Lo que es motivo muchas veces de acompañamiento físico, que requiere apoyo y ánimo de familia, con lo que esto supone de entendimiento y unidad de las diferencias, resulta que propiciamos lo contrario, el abandono más cruel. La inhumanidad es otro de los factores que nos causan daño. Para sentirse bien hay que tener las puertas del corazón siempre abiertas. Desde luego, esas entradas al bien colectivo han de universalizarse, más allá de los horizontes particulares de algunos. Lo que da cohesión y fortaleza a una especie pensante como la nuestra, es el activo de metas comunes, los valores compartidos, los ideales que ayudan a ser piña para poder caminar a pesar de los desalientos. Así, aunque la experiencia del martirio sea grande, participada se sobrelleva mejor y te hace, su poética medicina, no volver la mirada atrás. Al igual que Neruda, yo también pienso, que “la poesía nace del dolor”, y la congoja cuando vierte sus lágrimas, nos muestra que tras el llanto siempre uno revive con más fortaleza, como esa planta del jardín tras la lluvia. Ojalá nos reconduzcamos hacia unos espacios más armónicos, de justo progreso común, por el bien de toda la humanidad.
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